miércoles, 13 de enero de 2010

82 La pelea - Tardes de box

Esta noche de verano quiero contarle cómo tres inolvidables combates de boxeo se entramaron con mi infancia. En tardes calurosas como la de hoy, en mi San Fernando natal, nos dábamos mamporros a lo loco con mi primo Sergio. Nos habían regalado unos guantes de boxeo para niños, regalo impensable en esta realidad más áspera y bienpensante, y emulábamos un ring en el hall cuadrado de la casa de nuestros tíos abuelos en la calle Sarmiento. Nuestras peleas nunca terminaban bien. Al final del intercambio, el paisaje era desolador para nuestros mayores: uno mordido, el otro arañado, los guantes por el piso. Recuerdo que me gustaba sentir el olor acre del interior de los guantes. Era un olor a macho, un olor a pelea. Eramos perros, gallos de riña. Con el paso de los años, los guantes comenzaron a quedar pequeños para mis manos. Los dedos ateridos, contra el interior de tela áspera, los hilos hechos jirones, colgando del cuero negro, mordidos, renegridos. Mis manos grandes, mis manos crecidas.
Corrían los años entre los finales de la década del ’60 el comienzo de la del ’70, una época de oro del boxeo argentino, que comenzó en el año 1968, cuando Nicolino Locche, “El intocable”, llevó su cintura mágica a Japón, después de haber llenado el mítico Luna Park. Del otro lado del mundo, el 12 de diciembre, venció a Paul Fuji conquistando la corona welter junior. Ese era el comienzo de nuestras encarnizadas peleas de niños.
Dos años más tarde sucedería un fenómeno boxístico que daría rienda suelta a más golpes, más identificaciones, más rasguños y mordidas. El 7 de noviembre de 1970, Carlos Monzón sube al ring del Palazzo Dello Sport, en la ciudad de Roma. Escuchemos el recuerdo de Amílcar Brusa, su mentor, respecto de ese día. (Brusa sobre Monzon vs Benvenutti) En el rincón de enfrente, se encuentra Nino Benvenutti, el mejor boxeador de toda la historia de ese deporte en Italia. Nada hacía prever el desenlace que ese flaco orejudo, a quien Lombroso no hubiera dudado en caratular como sospechoso de psicosis, iba a forjar a fuerza de una derecha potente como una maza, explosiva como la mismísima nitroglicerina. Este es el relato de aquél tremendo KO. (Audio del KO Monzon). Pasarían cuatro años y el gran campeón de la categoría medianos, llegaría a la pantalla grande de la mano de Daniel Tinayre para protagonizar La Mary junto a Susana Giménez, con quien estableció una relación sentimental que no estaría exenta de denuncias de violencia doméstica y golpes. Un anticipo de su violento final. Entre los años 1974 y 1983, protagonizó 6 películas, entre las cuales se destaca Soñar, soñar de Leonardo Favio, quizás el director que logró lo que ningún otro: domar a la bestia y transformarlo en actor. Los datos de la historia nos dicen que una mañana de febrero de 1988, su segunda esposa Alicia Muñíz, apareció muerta en el jardín de la casa que compartían en Mar del Plata. Condenado por homicidio simple en un juicio polémico y mediático, fue recluido en la cárcel de Batán. En los finales de su condena y con permiso de salidas restringidas para trabajar, muere en un accidente de tránsito el 8 de enero de 1995, cuando regresaba mansamente a su encierro. Le faltaban pocos meses para recuperar la libertad. Una curiosidad: uno de los personajes que lo visitó asiduamente en la cárcel, no fue ni más ni menos que Nino Benvenutti, quien con su caída en el décimosegundo round, dio pie al apodo que Monzón llevaría como medalla y espada de Damocles: “El toro salvaje de las pampas”.
Apenas un mes después del match Monzón-Benvenutti, otra pelea fundamental en mi identificación con los boxeadores argentinos tuvo lugar en el Madison Square Garden. Hasta allí llegó Oscar “Ringo” Bonavena para enfrentarse con el más grande de todos los tiempos: Muhamed Alí. Y si bien la historia no tuvo el final coronado de la anterior, fue Ringo uno de los pocos que hizo zozobrar la integridad física de Alí, haciéndole sentir el rigor de la lona del cuadrilátero, lo cual no es consuelo, pero tampoco es poca cosa. Así lo vivió el relator desde el ringside. (audio KO Alí) Nacido en una familia de clase media del barrio de Parque Patricios, Bonavena supo tener una ironía campechana y filosa, sostenida en la mole de su cuerpo. Una traza de su humor se traduce en una célebre frase: "La experiencia es un peine que te lo dan cuando te quedas pelado". La pelea con Alí está grabada en la memoria de quienes tuvimos la oportunidad de verla, pero es quizás la conferencia de prensa previa al encuentro, uno de los registros que mejor lo muestran: sentado a la izquierda de Alí, lo llamó gallina, seguido de una insistente onomatopeya de un piar finito; se dio el lujo de pedirle que se relaje al más grande entre los grandes, lo llamó baby y, para finalizar insistió en preguntarle si él era Cassius Clay, nombre que Alí abandonó para darle paso a su nombre elegido, el nombre con el que pasó a la gloria después de convertirse al islam. El que escucharán a continuación es un breve fragmento de aquella conferencia de prensa. (Conferencia de prensa) Pero no termina ahí la cosa: como si se burlase de él y siguiera insistiendo con la burla a Alí, se dio el lujo de grabar un disco. ¿Cómo se llamó el hit? Pío pío pá... (Pio pio pa) Cuando le preguntaron por qué teniendo una voz tan finita que desentonaba con su corpachón de peso pesado, dijo: “...grabé un disco no tengo nada de voz, pero me gusta cantar. Por eso voy a correr el Gran Premio si se hace porque hago lo que siento. Yo no tengo amantes; pero porque no lo siento. Lo que siento lo hago y lo que no, no. Ahora quisiera hacer algo nuevo. Siento que podría hacer muchas cosas”. Su final trágico, se lo llevó por delante cuando Ross Brymer, uno de los matones de Joe Conforte, lo asesinó de un tiro en la puerta del burdel Mustang Ranch, en la ciudad de Nevada, por la sospecha de un affair entre Ringo y la esposa de Conforte Sally. Justo él, que no tenía amantes...


J. Martínez

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