viernes, 22 de enero de 2010

14 El Borracho - Raymond Carver

Reciban un cordial saludo desde Madrid. Hoy nos juntamos un cacho para hablar de un tipo que durante una época larga de su vida fue un borrachín. Un desastre de chabón. Reventaba a palos a su mujer e incluso un día estuvo a punto de cortarle el cuello con un trozo de cristal. Entre trago y trago, nuestro personaje de esta noche se sentaba y se dedicaba a escribir. Y créanme, que el muy cabrón escribió algunos de los cuentos más contundentes de la narrativa contemporánea. Este buen hombre respondía al nombre de Raymond Carver.

Sé que puede parecer injusto hablar de Carver en el marco del número 14, el borracho. Porque miren que no hubo escritores borrachos, o borrachos que escribieron: de Ernest Hemingway a Raymond Chandler, de Poe a Scout Fitzgerald, de Abelardo Castillo a… podríamos estar toda la noche bebiendo y leyendo.

Lo que pasa es que Carver, aparte de ser un narrador del carajo, tuvo con el alcohol “esa” relación. Y es más, durante los últimos diez años de su vida estuvo abstemio. Y sin que su talento literario se haya visto mermado. Y eso ya es más de lo que pueden decir muchos sobrios.

Tanto si leíste como si no leíste a Raymond Carver te pueden sonar algunos títulos de sus libros, como “Quieres hacer el favor de callarte”, “De qué hablamos cuando hablamos de amor” o “Catedral”. Como les decía, algunos de ellos los escribió bajo los efluvios de la bebida, y otros no, como Catedral, que fue escrito después del temblor, cuando el autor ya estaba casado con su segunda esposa, la escritora Tess Gallagher, y ya había pasado por Alcohólicos Anónimos: Te queremos Raymond.

A pesar de haber abrazado la sobriedad, Carver no abandonó ni la concisión de su estilo ni la mirada sucia que les regalaba a sus personajes. Outsiders del american way of life, los tipos que describió Carver aparcan sus vidas al costado de las carreteras principales. Podemos decir que se trata de “gente normal”, con todas las comillas del caso, especies de withe trash, de basura blanca: yo qué sé, matrimonios reventados que viven en rulots, vendedores de coches humillados por sus familias, tipos ciegos, amas de casa que no tienen plata para arreglar la heladera, o pescadores que se encuentran cadáveres en los lagos.

En definitiva, gente que no tiene precisamente facilidad para la palabra. Y que Carver se la daba a cuentagotas, para decir únicamente lo necesario. Porque como él mismo decía, “Si puedes decirlo con quince palabras en lugar de treinta, dilo con quince palabras”.

El que se enfrente a un cuento de Carver, o a uno de sus poemas, igualmente magníficos, que no espere encontrar respuestas o conclusiones. Su narrativa es una gran pregunta abierta, con mucha realidad, pero también con toques oníricos. Ningún símbolo, simplemente la sombra de la amenaza oscureciendo sus vidas grises.

Pero Kaisy no se despierta… Estos cortes que escuchan pertenecen a la película de Robert Altman, Ciudad de ángeles en Argentina o Vidas cruzadas en España. Lo que hizo Altman fue recopilar varios de los relatos y armar un retrato coral de una sociedad que se descompone.

Carver murió en 1988 de cáncer de pulmón. Tenía cincuenta años. A partir de entonces, disculpen la ironía, comienza la peor época de su vida: es decir, la posteridad. Se sabe o se dice que su editor, un tipo llamado Gordon Lish, le corregía los cuentos, e incluso llegó a decirse que este Gordon es el responsable de ese estilo minimalista y sucio que tanto admiramos en Carver. También con el cadáver de Carver en medio del living, asistimos a juicios entre sus hijos y su segunda esposa, Tess Gallagher, a la que el escritor había nombrado beneficiaria de toda su obra y bienes. Gallagher ganó todos los juicios, pero ya saben cómo es la muerte. Podés tomarte una copa tranquilo, que todo te resbala.

Buenas noches, y agarren los libros.

Alejandro Feijóo

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Datos personales

Seguidores