miércoles, 13 de enero de 2010

34 La cabeza - La cabeza del cordero

Hoy vamos a leer un poco. En el año 1949 Editorial Losada publicó en Buenos Aires La cabeza del cordero, un libro de relatos del español Francisco Ayala. Son cinco cuentos, y el que da título a la obra, La cabeza del cordero, es el que usamos esta noche para encontrarnos en La música del azar.

Un español que se llama José Torres está de viaje de negocios en Marruecos. En la ciudad de Fez. Una mañana, un moro desarrapado, una especie de mendigo, dice Ayala, le lleva un mensaje de unos parientes suyos. ¿Parientes? Qué disparate, él no conocía a nadie en Fez y nadie lo conocía a él, al menos eso creía. La cuestión es que está a invitado a comer a casa de Yusuf Torres, una especie de primo, pariente lejano, que le pide a través del mendigo que honre su casa con su presencia.

José Torres no tiene nada mejor que hacer y decide ir. Él va con ánimo burlón, como si emprendiera una aventura, total no tiene nada que perder. El propio mendigo lo conduce hasta la casa, a la que le cuesta llegar. Este tal Yusuf Torres lo está esperando, y lo recibe con palabras de agradecimiento empalagosas, recargadas.

El Torres español le pregunta si está seguro del parentesco. La verdad es que muy seguro no está; hay una ciudad en común y una especie de nostalgia heredada que le ponen ganas a la familiaridad. Pero muy parientes no parecen. Yusuf Torres evoca una grandeza perdida, ya que ahora son pobres. Y habla de España como si la conociera, aunque en realidad nunca pisó esa tierra de la que sus antepasados fueron dueños.

A medida que Yusuf cuenta su versión del árbol genealógico, a José Torres empiezan a sonarle algunos gestos, algunas facciones. Hasta que el español descubre que Yusuf se parece bastante a un cuadro que había colgado en su casa familiar, al retrato de un bisabuelo.

Al rato van apareciendo más miembros de la supuesta familia de los Torres marroquíes. Y una de ellas, una mujer redonda y alegra, tiene un parecido atroz con el tío Manolo. El descubrimiento le da náuseas al español, porque el tío Manuel ahora anda exiliado en las Américas. Ya saben, la guerra civil, los que ganaron y los que perdieron.

Ahí empiezan a aparecer más historias de familiares, el tío Jesús, el pobre primo Gabriel torturado y asesinado en una cárcel franquista. Ahí es donde descubrimos que José Torres… pertenece al bando de los ganadores.

Al rato aparece la comida. La mujer trae una bandeja con un cordero. Y en el centro de la bandeja, la cabeza del animal partida al medio. Pero José no tiene hambre. Es temprano, la mesa donde lo sientan es bajita y está incómodo. Además, dice Ayala, “el cordero estaba ya frío, se había solidificado la grasa en espesos pegotes sobre la fuente”… Y sobre todo la cabeza, ahí en el centro de la fuente, con el huevo del ojo vaciado y la risa de los descarnados dientes”…

Por cortesía José come, poco, un par de bocados que mastica lentamente para hacerlos durar y que los moros no se den cuenta. Mientras tanto, los Torres marroquíes comen con un placer que no admitía disimulo. La conversación que tienen es bastante banal. Los marroquíes insisten en el parentesco y le hacen preguntas torpes sobre la familia. Y confunden a los parientes vivos con los parientes muertos. A estas alturas, José ya está cansado, de fingir que le gusta el cordero, de la animación de los moros, de sus preguntas, cansado del ruido… Era demasiado frenesí para este hombre acostumbrado a los silencios y a los rincones. No al bullicio y a los centros de mesa.

A la noche, en su hotel, le viene el insomnio a José Torres. Da vueltas en la cama, el paladar le devuelve un sabor rancio. Piensa que es el cordero. Y más que el cordero: es la cabeza del cordero. Y eso que apenas había comido, y que la cabeza volvió a la cocina sin que la tocara nadie. Y sin embargo, dice, Ayala, “no dejaba de sentir su asquerosa y pesada masa oprimiéndome desde abajo la boca del estómago”.

Pero a Torres no lo desvelan los jugos gástricos. Son los muertos, que reaparecen y también hacen ruido. Por suerte está la cabeza del cordero para echarle la culpa de tanto griterío. Por eso el empacho, que en realidad es imaginario, si apenas comió… Es como si tuviera un embarazo psicológico… Entonces viene el insomnio, que no deja títere con cabeza. Y a Torres le gritan por los cuatros costados. En la noche silenciosa de Fez.

El cordero es el sacrificio que José Torres, en el nombre de todos nosotros, hace a la verdad, a la dignidad de los muertos que se quedaron con cosas que decir. Como Torres, todos apostamos por la redención, por empezar de nuevo, por el “sí se puede”, como si la cabeza del cordero pudiera desaparecer del centro de nuestra mesa en un pispás. En el equipaje con que Torres se vuelve a España va la cabeza, la cabeza de cada cordero que supimos conseguir, llena de muertos con los nombres cambiados, llena de esos silencios que no nos gusta mucho escuchar.


Alejandro Feijóo

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