jueves, 18 de marzo de 2010

02 - El niño





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02 - El niño - Tracklist


Niño perdido (Tonolec)
Children's song #15 (Chick Corea)
Ora Bolas (María Cincunegui & Piojos y Piojitos)
El sueño del pibe (Osvaldo Pugliese y su orquesta)
The Kids Don't Stand A Chance (Vampire Weeekend)

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El Pibe Cabeza

Para la época en que Chaplin filmaba El Pibe, Rogelio Gordillo era un niño que aún usaba pantalones cortos. Apenas cumplió los 18, no toleró que la madre de su novia de 15 años se negara a la relación de sus amores adolescentes. Entonces fue a la casa y le pegó unos tiros. El mito tenía su comienzo de sangre. Rogelio Gordillo pasó a la historia por ser un famoso bandolero de los años 30, la década infame, jefe de una banda azotó las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, Rogelio Gordillo pasó a la historia con un seudónimo por el cual se lo conocería y temería: el Pibe Cabeza. El ratero y descuidista mutó en asaltante, ladrón de bancos, secuestrador... Y asesino despiadado cuando las circunstancias, según su criterio, se lo exigían. Dos hechos marcaron el comienzo del fin: el asesinato de un policía, que la corporación del orden no perdona, y sus pretensiones de ampliar su mapa delictivo a la Capital Federal. Si bien la figura pública del Pibe Cabeza cobró la dimensión de mito popular, lejos estuvo de sus coetáneos Bairoletto y Mate Cosido, quienes tuvieron un sesgo más cercano a Robin Hood que a Robledo Puch. Una tarde de carnaval del año 1937, fue cercado y acribillado por la policía cuando iba a visitar a su novia a Mataderos. Mujer... Mataderos... Tiros... Palabras que marcan principio y fin de la vida del Rogelio Gordillo, cuya cabeza, gracia del destino, se conserva en formol en el museo forense de la Policía Federal...


J. Martínez

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El Pibe

Cuando era un niño escuchaba, con los codos apoyados en el borde de la máquina de coser, el relato de mi abuela de aquel día en que fue a ver El Pibe, que filmara, en 1921, Charles Chaplin, a quien en familia le decíamos Carlitos Chaplín. Años tardé en descubrir que había puesto en la pantalla una de las historias más tristes que pudiera dar su talento. La emblemática foto de Carlitos y su bigote mágico, sentado al lado de Jackie Coogan, ese pibe que llevaba una gorra clavada hasta el borde de los ojos, era el preámbulo de la inolvidable y conmovedora escena en la que la policía arranca de los brazos de Carlitos al pobre huérfano que uno quería ser, sólo para estar a su lado. Jackie Coogan, el afortunado, aquel que cambiaría lágrimas por risas cuando, en su adultez, se transformó en el inolvidable Tío Lucas de la serie Los Locos Addams. Pero para ese entonces, yo ya no quería ser Coogan, quería ser Chaplín.


J. Martínez

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domingo, 7 de marzo de 2010

35 - El Pajarito





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35 - El Pajarito - Tracklist


Birds watching at inner forest (Cornelius)
Pájaro azul (Francisco Canaro)
Pájaro errante (Los Jaivas)
A bird that whistles (Joni Mitchell)

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La Pajarita

Le decían la pajarita por sus patitas flacas, su pecho generoso y su nariz aguileña. El cielo de sus vuelos eran las islas del delta del Tigre, los naranjos, los ciruelos, la higuera, las casuarinas, los sauces llorones con sus deditos verdes acariciando la superficie líquida del arroyo. Con la pajarita aprendí a pescar, a buscar lombrices para la carnada en la tierra fértil en la que se yerguen los árboles frutales; a diferenciar un bagre blanco de un patí y un patí de un pequeño surubí; que al bagre se lo pesca encarnando con queso y que para pescar el intragable armado sólo es necesario un poco de trapo en la punta del anzuelo; a eviscerar los pescados de un solo y preciso tajo, para no tocar con el cuchillo la bolsa de hiel que los deja amargos. Con la pajarita aprendí lo que era un filtro de barro, una alcuza y, poesía, un sol de noche. Ella me enseñó, sin saberlo, a cocinar risotos con pollo y el secreto del azafrán, al ritmo repetitivo de la Marcha de San Lorenzo; la épica patriótica en noches que tendían sobre las islas su manto espeso. Eramos los navegantes de un barco diminuto en el espacio indefinido de la oscuridad absoluta.

La única vez que vi volar a la pajarita fue una tarde en la que me enseñaba el arte de pescar con líneas de fondo y el grueso hilo de nylon se enroscó en sus tobillos y la tomó por sorpresa y allá fue, detrás de la plomada como queriendo cruzar el Paraná de un solo salto. Meses después levantó el vuelo definitivo, se fue al cielo, cruzó el tiempo y se llevó con ella, con su muerte, parte de mi inocencia.


J. Martínez

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