martes, 5 de enero de 2010

39 La lluvia-Baires bajo el agua

Las ciudades que yacen bajo el agua tienen un no sé qué que las hace tan atractivas como distantes. La Atlántida a la cabeza, la ciudad de Salto bajo el lago que se formó con la represa, la vieja ciudad sepultada bajo el dique de Los Molinos o el San Roque. Tienen algo de mito, de leyenda que se agiganta al saberlas bajo la masa inclemente del agua. Alguna vez recuerdo haber leído un escrito de Roland Barthes acerca de una mañana en la que la ciudad de París amaneció inundada, el cambio de perspectiva del que ve, alterada, la geografía cotidiana, las calles que conducen a la casa de la amada, el barrio de los amigos, el camino a la universidad, las manzanas en las que se yerguen los edificios de oficinas. Hubo, en nuestra ciudad, muchas de esas inundaciones que, a causa de la lluvia, alteraron el ritmo ciudadano. Una de ellas fue tan inesperada, con el cielo de un negro casi noche y unos destellos en el horizonte recortando las siluetas de los edificios. Lluvia, mucha lluvia. Como buen argentino, me largué a la calle a pesar de las recomendaciones sobre no hacerlo. Corrientes de agua, cables, paredes electrificadas, alcantarillas, bocas de tormenta. El agua me llegaba arriba de la rodilla. En Paraguay y Godoy Cruz, unos tipos le cobraban a los automovilistas que confiaban en que sus máquinas vencerían a los tantos centímetros de lluvia acumulada. Sus hijos jugaban en la corriente con la cubierta de caucho de una rueda como si estuvieran en un tobogán acuático. Era evidente: la ciudad había mutado para todos.

J. Martínez
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