Desde el comienzo mismo, ya que es del huevo cigota de donde emerge la monumental maquinaria del cuerpo humano. De ahí en más, será uno de los pilares de la dieta cotidiana, en todas sus formas de cocción, fritos –mi gran favorito–, duros, pasados por agua y hasta esa malformación culinaria llamada huevos poché. Poco después, el entendimiento humano dará ágil respuesta para capturar el concepto Huevo de Pascua. Porque siempre fue más que un huevo con sorpresa. Es una revancha, una conquista; la conquista del momento en el cual la liturgia del chocolate se impone a cualquier empanada de atún que uno se vea obligado a comer para darle una formalidad de respeto a la cuaresma cristiana.
Huevos hasta en la sopa. Con un diseño tan sencillo como perfecto: por más presión que se ejerza, si se toma un huevo de sus extremos superior e inferior, nunca se romperá. Y la puesta en acto de la presión y el huevo allí, resistiendo el embate. Y, un día, el huevo se convierte en verbo. En el proceso de adquisición de la palabra llega la Gallina de los Huevos de Oro, parte de un compilado de cuentos infantiles, más esperanzadoramente próspero que El Soldadito de Plomo y otros aláteres del fracaso... Ya entonces uno empezaba a hacer huevo, sin saberlo.
El primer eslabón de la cadena educativa nos daría algunas certezas:
1) De los huevos nacen aves, batracios, peces, reptiles, insectos.
2) Colón convenció a los reyes de España de financiar su viaje hacia el fin de un mundo medieval, parando un huevo sobre una mesa, tema que daría para mucho más que una clase de historia.
3) El huevo no es más ni menos que una célula. Lo que constituye nuestro cuerpo y nos es invisible a simple vista, se mostraba muy campante en nuestra heladera, día a día.
Mi abuela me contaba que mi abuelo había comido un huevo de avestruz frito. Mi alma curiosa trataba de imaginar los efectos de semejante ingesta. Y una tarde de sábado, obtuve la respuesta: Paul Newman tomó por asalto la pantalla del BGH blanco y negro de 14 pulgadas, dándole vida a Luke, en la película La Leyenda del Indomable. Y si uno pretendía ser rudo, bello e indomable como Luke, no debía olvidar los cincuenta huevos duros que se comió para ganar una apuesta. Una lección sobre lo que un hombre es, del otro lado del ejemplo de lo que le corresponde ser al ser humano. Una lección sobre las elecciones y sus consecuencias. Seguramente más de uno, al escuchar las palabras sobre La Leyenda del Indomable, habrá recordado la escena o la buscará en un rato en Youtube. Lo que seguramente pocos saben es que, luego de ese récord, se ubica el de Eva María González Fernández, Miss España 2003, quien es portadora orgullosa de un Record Guinness: haber roto 23 huevos, con los dedos gordos de los pies, en 30 segundos. Así es este mundo que muta: capaz de ir en pocos años desde lo indomable de Paul Newman al show rompehuevos de González Fernández.
J. Martínez
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martes, 5 de enero de 2010
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