domingo, 31 de enero de 2010

Programa 4

Bloque 1


Bloque 2


Bloque 3


Bloque 4

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Tracklist – Programa IV

32 El dinero

When the money’s gone (Bobby Conn)
God fear money (Mshell Ndegeocello)
Money (Javier Malosetti)
Lonesome Blues (Woody Allen & The New Orleans Jazz Band)
Lead Me Savior (Woody Allen & The New Orleans Jazz Band)
Swing Lullaby (Woody Allen & The New Orleans Jazz Band)

53 El barco

I Saw Three Ships (Sufjan Stevens)
Kelton & Larry enter the ship - BSO Plan 9 from Outer Space (The original music underscore)
My Ship (Miles Davis)
Like A Ship (Traveling Wilburys)

55 La música

Canción del Jardinero (María Elena Walsh)
Help (The Beatles)
Break it all (Shakers)
5ª Sinfonía de Beethoven (Herbert von Karajan & Orquesta Sinfónica de Berlín)
Orchid (Black Sabbath)
Love me tender (Elvis Presley)
Silver lady (David Soul)
Hocus Pocus (Focus)
Le freak (Chic)
Tragedy (The Bee Gees)
Shine on you, crazy diamond (Pink Floyd)
El Anillo del Capitan Beto (Luis Alberto Spinetta)
No soy un extraño (Charly García)
A day in life (The Beatles)

55 La música

Música (Las manos de Filippi)
Music will not last (Jamie Lidell)
Hurricane (Jamie Lidell)
Anónimo musical (Charly García)
The unavailable memory of (John Cage)
Interlude II (John Cage)

65 El cazador

Que cazador (Silvio Rodriguez & Alejandro del Prado)
Hunter (Bjork)
The Heart is a Lonely Hunter (Thievery Corp. + David Byrne)

69 Los vicios

Hurt (Johnny Cash)
Enganchado a ti (Bunbury)
On Broadway (George Benson)
Sam's tunes (Massive Attack)

74 Gente negra

Soy negro (Hair)
Hover (Nils Peter Molvaer)
Mercedes Benz (Janis Joplin)
Maybe this time (Liza Minelli)

74 Los negros

Black Sweat (Prince)
Black or White (Miguelito Jackson)
Is It Because I'm Black (RZA)
George Jackson (Steel Pulse)

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32 El dinero - El Gran Gatsby

Buenas noches desde Madrid.

Si mezclamos dinero y literatura y los metemos en una coctelera. Y encima le agregamos el talento de Scott Fitzgerald es muy probable que obtengamos El Gran Gatsby.

Es raro que esta novela falte en cualquier lista de las mejores que se escribieron en el siglo XX. Y a pesar de que hay críticos que valoran más otras novelas de SF, como Suave es la noche o El último magnate, El gran gatsby tiene ese aroma de los libros inmortales. Esos que a cualquiera de nosotros le gustaría escribir.

Gatsby aparece en el libro como un personaje misterioso. No se conoce bien su origen, y su figura huidiza da pie a numerosas leyendas: que si fue un héroe de la primera guerra mundial, que si hizo su fortuna vendiendo alcohol fuera de ley, que si mató a un hombre… Nada se sabe y todo se imagina alrededor de este millonario que organiza las mejores fiestas del barrio.

Porque la mansión que Gatsby tiene en Long Island se convierte, día sí y día también, en escenario de grandes y multitudinarias fiestas, en las que lo único que falta es el propio Gatsby.

El joven millonario mantiene un idilio con Daisy, cuyo primo, Nick Carraway, es el conductor de la historia. Carraway es un arribista marca de la época, un joven ambicioso que pretende triunfar en Wall Street. A Carraway lo toca la varita mágica cuando Gatsby se interesa por él, e incluso lo quiere sumar a sus negocios.

A través de él, Gatsby vuelve a acercarse Daisy, con quien mantuvo un antiguo romance. El problema es que Daisy está casada, con un tipejo llamado Tom que a su vez tiene una amante, la mujer del dueño de una estación de servicio. Analizado linealmente, la anécdota del libro no pasaría de un enredo amoroso con final trágico. Pero en la pluma de SF la historia se convierte en un fresco sobre una sociedad magnífica y opulenta… construida sobre barro.

La novela se publicó en 1925, hacía solo diez años que había terminado la primera guerra mundial y faltaban cuatro para el crack del veintinueve. En ese contexto, Gatsby representaría a lo que hoy llamaríamos un nuevo rico. La alta sociedad no es boluda, y sabe que Gatsby no pertenece a ese palo, pero de muy buena gana le abre sus brazos, y acepta gustosa su forma de insertarse en la sociedad, a través de sus fiestas.

Las fiestas del Gran Gatsby son el teatro donde se retratan la decadencia y la amoralidad de una clase social rápidamente enriquecida. Alcoholizados al ritmo de las orquestas, los operadores bursátiles y sus graciosas mujeres demuestran cada noche en la mansión de Gatsby la misma falta de escrúpulos que a la mañana siguiente ponen en marcha con sus opacas transacciones.

Mucho se ha hablado de los puntos en común entre la vida del personaje y la del novelista. Efectivamente, a SF le gustaba la vida a todo trapo y vivir por encima de sus posibilidades. Al parecer, las deudas y los problemas financieros fueron una constante en la vida de SF y en la de su mujer, Zelda. Y por eso durante los años 30 él se vio obligado a venderse a Hollywood y a escribir historias breves para la Metro Goldwyn Mayer. Pero ni siquiera así.

Todo este cuadro de inestabilidad se ve agravado por la enfermedad mental de su mujer. La esquizofrenia llevó a Zelda de un manicomio a otro, malvivía con su amante cerca de Hollywood. Mientras tanto, el escritor no se privaba de ningún trago, hasta que en 1940 se le reventó el corazón.

Sinceramente, no sé cómo fue el entierro de SF. Sí sé cómo fue el de Gatsby: triste, solitario y final. Solo Carraway y otro borrachín lo acompañan hasta la tumba. A ver si va a tener razón el que dijo que el dinero no hace la felicidad.

Alejandro Feijóo

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53 El barco - El barco ebrio

Cuando era pequeño recibí una postal. Era una postal distinta a todas las que había recibido hasta entonces. Era una de esas figuras llamadas holográficas con la pintura de un barco escorado en medio de un mar con grandes olas. Al moverla, de un lado a otro, el barco acompañaba el movimiento meciéndose de babor a estribor y viceversa. En la contracara, las letras desteñidas en mi afán de coleccionista de estampillas hablaba del poema El Barco Ebrio, de Arthur Rimbaud. Sí, era demasiado pequeño como para poder entender la referencia al poema del monumental poeta francés. Y más aún para saber de su atmósfera oscura y densa, donde el barco Rimbaud se ve sacudido por olas, describe hielos y paisajes, muertes y mercancías. El viaje del que habla Rimbaud, es un viaje sin retorno, un viaje de ida del que se sale no ileso, sino modificado, otro en sí, su otro. El casco del barco es el cuerpo y el mar bravío una adolescencia dura. Muchas veces, cuando volvía a mi colección de postales, pasaba varios minutos sacudiendo ese barco. Hasta que leí El Barco Ebrio, en una edición de Primitivo Gayo, año 1950, del cual les leo unos fragmentos elegidos al azar:

La tormenta bendijo mis auroras marinas;
Bailé sobre las olas como un corcho liviano,
Tantas noches eternas con su rodar de víctimas,
Sin avistar el ojo insulso de algún faro.
(...)
Desde entonces me baña el poema del mar
Con su infusión de estrellas y de astros fluorescentes,
Y asomado en el agua se ven flotar
Pensativos ahogados que hacia el fondo descienden.
(...)
Y manchado con lúnulas eléctricas corría,
Tabla loca escoltada por hipocampos mudos,
Cuando julio ardoroso con su golpe fustiga
Cielos ultramarinos en oscuros embudos.
(...)

Cuando Rimabud escribió estos versos tenía sólo 17 años. Fue uno de los poemas que le enviara a Paul Verlaine, quien quedó fascinado con la escritura del joven y lo invitó a viajar a París. En la respuesta a las cartas de Rimbaud, iban los pasajes. El viaje que emprendió entonces, iba a culminar en una tormentosa relación sentimental con el gran poeta simbolista. Divorcios, peleas, tiros, navajazos, cárcel, desprecio de los pares, hambre, pobreza, fueron algunos de los resultados de esa relación. Su último encuentro con Verlaine sería en 1875, tres años después de escribir el que sería su último libro, Prosas evangélicas.

En 1876, a la edad de 22 años, la vida de Arthur Rimbaud cambiaría para siempre y los barcos no fueron ajenos a ese cambio. Se enroló como soldado en el ejército holandés para poder viajar a la isla de Java; vivió en Chipre, Yemen y Etiopía; se enriqueció como traficante de armas; y en 1891 volvió a Francia por un cáncer en su rodilla que terminó en la amputación de su pierna. Murió en noviembre de ese año. Tenía 37 años.

J. Martínez

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55 La música - John Cage y el silencio

Hacé la prueba. Olvidate primero de la radio, olvidate de la tele del vecino, olvidate del tictac del reloj y de la canilla que gotea. Olvidate también de cada coche que pasa por la calle, de las sirenas, del teléfono sonando, olvidate de tus propios pasos y cerrá los ojos. ¿Escuchás?

Cualquiera más o menos normal diría que esto es el silencio. Sí, el silencio, eso que pasa cuando no hay ningún ruido. Bueno, ningún ruido es una forma de hablar. ¿No te diste cuenta? Ahora voy con la ganancia al mango para que lo escuches bien.

Esta es la nada que escuchamos cuando no escuchamos nada. Es decir, este montón de ruido es, de verdad, en su esencia, el silencio. Al que a menudo le ponemos música para que no nos vuelva locos.

Hubo un tipo que de esto sabía un rato largo. Podría decirse que fue un músico, y no nos estaríamos equivocando, pero probablemente estuvo más cerca de la filosofía y el pensamiento teórico que de la música, al menos de la música tal cual la entendemos ahora, como una sucesión de repeticiones y variaciones.

Este hombre se llamaba John Cage, algo así como Juan Jaula, un apellido cuando menos paradójico para un artista que buscó, en la libertad de sus composiciones, “esa capacidad para abordar el instante donde se esconde la belleza”.

Cage mismo decía: “La música que prefiero, incluso más que la mía, es la que escuchamos cuando estamos en silencio”. Para que todos sintiéramos lo mismo que él, John Cage compuso la que hoy es una de sus obras más famosas. Se llama 4.33, haciendo referencia al tiempo de duración de la pieza. Para que todos nos entendamos, son 4 minutos y 33 segundos de silencio. De nada. O sea, de todo, de todo el ruido que pasa cuando lo que esperamos que pase deja de pasar.

Para que el no conozca 4.33 lo invito a buscar en Youtube. Hay vídeos muy divertidos de la “ejecución” entre comillas de la pieza. Hay 4.33 para piano, para pequeña orquesta, 4.33 para gran orquesta. Hay 4.33 tocado con ukelele, es decir, no tocado con ukelele.

Esta pasión por el silencio ruidoso (o por el ruido silencioso…?) Bueno, su pasión lleva a Cage a desarrollar técnicas azarísticas para componer su música. Aquí los métodos de azar son los que determinan el orden de las notas y el de los silencio. En manos de John Cage, el azar al servicio de la música se convierte en un aliado del tiempo, y en enemigo del orden y de las convenciones. Las producciones de John Cage describen su viaje entre la música, tal cual la entendemos corrientemente, y esta otra cosa azarística y atonal que son sus objetos musicales.

Para terminar, una anécdota contada por el propio artista. En una ocasión, Cage se encerró en una cámara anecoica, digamos que sería el lugar más parecido al silencio absoluto. Cuando salió, obviamente lo primero que le preguntaron fue qué había oído. Todo el mundo esperaba que por fin, el hombre del ruido en el silencio reconociera que había escuchado nada. Pero Cage no les dio gusto. Dijo: Escuché un sonido agudo y un sonido grave. El técnico encargado de la cámara de silencio le pidió que los describiera. Era más o menos así…

Un sonido agudo y un sonido grave. El grave era el la circulación de su propia sangre. Y el agudo, el funcionamiento de su sistema nervioso.

Así que ya saben. No se tapen los oídos porque muy lejos no van a poder ir… Porque como dijo el propio Cage, “el único problema con los sonidos es la música”.

Alejandro Feijóo

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55 La música - Music in my life

(Canción del jardinero de María Elena Walsh)

No. No te equivocaste de dial. Estás en FM La Tribu y esto es La Música del Azar. Para el cierre de este programa los invito a compartir un pequeño recorte musical de mis primeros años de orejas puestas en el pentagrama. El primer hit de mi vida disco fue Canción del Jardinero, de María Elena Walsh, que cada 2 x 3 terminaba arruinado por mi fanatismo y mi inoperancia con la púa. No sé cuánto tiempo pasó hasta que descubrí que el mundo se abría cuando la betalemanía entró a mi casa.

(Help de The Beatles)

Un perro, una pileta Pelopincho de lona verde, un piso ajedrezado, domingos de pastas, domingos de asados, una pelota, una carpa de indio, guantes de box y yo cantando Socorro, de los Beatles, son los primeros hilos de mi memoria. Hasta que un día, como buen argentino, iba a ser capturado por algunas copias... En este caso, una muy divertida...

(Break it All de Los Shakers)

El vinilo de Los Shakers tenía a 4 uruguayos con aspecto británico en la tapa. Con Break it All, Osvaldo, Hugo, Caio y Pelín incorporaban un discurso duro a la estética beatle del flequillo sobre la frente. Pero antes de que terminara de adoptarlos, un nuevo mazazo sónico entró en mi vida.

(La 5ta Sinfonía de Beethoven por herbert Von Karajan & Orquesta Sinfónica de Berlín)

Lo que estás escuchando es la famosa 5ta Sinfonía de Beethoven, uno de los discos que más giró en mi viejo tocadiscos portátil Zenith Cobra durante muchos años. Hasta que llegó la renovación tecnológica. En mi casa fue uno de los pocos lugares en el mundo donde se hizo culto a un formato de cinta que fue un verdadero fracaso: el magazine. Y entre los pocos que llegaban a mis manos, como lo de Julio Iglesias, Los del Suquía o un compilado de Chuck Berry, Para bailas en jeans volumen 4 y otro de música brasilera, llegó éste:

(Orchid de Black Sabbath)

Master of reality, de Black Sabbath fue mi primer y último magazine de heavy metal. Y mi favorito era este tema, Orchid. Corría el año 1977 y una muerte iba a volver a tocer el rumbo de mi oreja:

(Love me Tender de Elvis Presley)

No terminaba de aprender a bailar el rock que su Rey moría en en el baño de su mansión de Memphis. 22 años después, su voz volvió a mi vida para quedarse cantando Love me tender, un tema que me acompañará hasta el fin de mis días, porque este tema es suyo... No de Elvis, sino de ella... Sí, tuyo, mi cielo. Pero les hablaba de los años 70 que llegaban a su fin, Elvis había muerto pero al menos me quedaban Strasky & Hutch...

(Silver Lady de David Soul)

Ya lo sé: debería haber dejado Silver Lady cantada por David Soul, el rubio Hutchinson, en el arcón del olvido. Pero no puedo. Fue el primer recital al que fui solo en mi vida. Si pienso que hace unos días atrás, a la misma edad que yo tenía entonces, mi hijo Tadeo fue a ver a Metallica, sé que él tendrá una mejor anécdota que contar algún día en la radio... Para lavar mis culpas fui a la disquería y me compré, en la mesa de ofertas, un disco que me capturó con su tapa:

(Hocus Pocus de Focus)

El disco en cuestión era Ship of Memories, del grupo holandés Focus. Y estaba junto a Life Goes On, de Paul Williams; Buda y la caja de chocolates y Fireball, de Deep Purple. Y los cuatro fueron a parar a mi incipiente discoteca. Estábamos pisando los 80 y, sin decir agua va, llegó la música disco.

(Le freak de Chic)

No sé si alguna vez disfruté tanto con un tema disco. Hitazo de Chic, una banda con aspecto liviano y comprometidos con la causa de la comunidad negra. Pero eso no importaba. Sí importaba el pasito para el costado, la camisa y el jean Wrangler verdes. Y si hablamos de música disco, nadie como tres hermanos nacidos en la isla de Man, Inglaterra.

(Tragedy de The Bee Gees)

Tragedy es el primer tema de Espíritus que han Partido, un muy buen disco de los Bee Gees, quienes transitaron nuestras fiebres de los sábados por la noche con la voz aguda de Barry Gibb. Sin embargo, de las bateas de ofertas surgiría un monstruo inesperado.

(Shine on you, Crazy Diamond de Pink Floyd)

Y la cabeza comenzó a volar, el diamante a brillar y el que casi queda como Syd Barrett soy yo. Pink Floyd me abrió una puerta única, una puerta que permaneció invisible hasta que llegó a mis manos el álbum Wish You Were Here. Mi cabeza se abrió como un durazno sangrando y hubo lugar para temas como éste:

(El anillo del Capitán Beto de Luis Alberto Spinetta)

Era necesario Spinetta para poner en el cosmos a un competidor del Major Tom del disco Space Oddity de David Bowie. Y así como el mundo se dividía entre Purple y Zeppelín, Beatles o Stones, también se dividió, ridículamente, entre Spinetta y García.

(No soy un extraño de Charly García)

Clics Modernos fue un vuelco para mis oídos. Un nuevo shock. A partir de ahí empecé a encontrarme con algunos discos que, incluso, salían del pasado más modernos que antes. Me quedo con la batea y la computadora cargadas de música. Como toda lista, es injusta, acotada y caprichosa. No la tomen como un absoluto, sino como el botón de muestra de un infinito ropero cargado de las más diversas ropas. Y hablando de botones y ropas, con Alejandro Feijóo les elegimos una flor para el ojal: damas y caballeros, A Day in Life, de The Beatles, dedicado a todos ustedes que hicieron posible esta aventura de azar, palabras y música.

(A Day in Life de The Beatles)

J. Martínez

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55 La música - Música para tirar para arriba

Hay música para tirar para arriba. Por eso te quiero hablar a vos. A vos que estás del otro lado esperando que te pasen ese tema. A vos amiguete, a vos que tenés música para tirar para arriba y no sabés dónde guardarla.

Del cielo de la red te bajás un disco en 30 segundos. En un día tenés lo que antes te costaba un año para conseguirlo. Y donde antes llenabas los estantes, esos de los que habla la canción, ahora llenás discos duros, memorias usb y cds rayados a los que te olvidaste de ponerle el nombre del grupo.

Ahora escuchás y tirás al olvido. Como todo lo que no te cuesta mucho conseguir. ¿Y sabés qué es lo peor? Lo peor es que te molesta, porque vos sos un tipo inteligente. Pero te lo tomás como una revancha. Sí, porque a vos te gustaba la fritura de los discos. Después te obligaron a cambiar el grabador por el discman. Tiraste todos los casetes pero el discman pesaba un montón y encima no te podías mover porque saltaba el disco. Entonces juntaste, juntaste, juntaste la moneda… y te compraste el equipito. Y después el mp3. Y ahora el mp4. Y sabés que se inventaron el mp5, que no existe como formato, pero ellos lo venden igual. ¿Vos te lo vas a comprar?

Alejandro Feijóo

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65 El cazador - Moby Dick

El primer recuerdo que tengo de Moby Dick no es del libro y menos de una adaptación para el lector infantil. Es la versión cinematográfica de John Houston con Gregory Peck dándole cuerpo al capitán Ahab. Y más específicamente, el cartel de la taberna sacudido por el viento y la lluvia. No había puerto más puerto que aquel. No había más predicador que el predicador encarnado por Orson Wells, ni ballena más blanca y temible que Moby Dick. Vi sucumbir los botes cargados de hombres valientes y fuertes que se hicieron a la mar desde el Pequod, persiguiendo la obsesión de Ahab, en busca de venganza por su pierna perdida. Muchas veces rememoré el tremendo final de la película en la que el capitán queda enredado en el cuerpo del cachalote, atrapado por las sogas de los arpones y del suyo propio, la mano balanceándose en el aire como saludo de despedida; Moby Dick girando en círculos alrededor del barco hasta llevárselo a las entrañas del ponto en un remolino bíblico; las maderas de la nave colapsando, partiéndose en pedazos, adiós al arca, y con lo justo, al borde de sus fuerzas, Ismael, el único sobreviviente aferrándose a un ataúd; el saco de la muerte que le salva la vida. La caza de la ballena blanca, entonces, se convirtió en una de mis aventuras favoritas.

Llamemos Ismael al único sobreviviente de la tragedia, al narrador necesario. Ese es su pedido al comienzo del libro, uno de los mejores comienzos de la historia de la literatura universal. Si bien lo sabía, nunca pensé que el efecto de la lectura de Moby Dick fuera a eclipsar el efecto de haber visto la versión fílmica de Houston. Navegué, por usar una metáfora al alcance de la mano, por las intrincadas rutas de hacerse a la mar. Rutas que incluyen el velado amor entre hombres; los delirios del poder; la fuerza de la venganza; motines y sofocones; tormentas de esas que hacen estremecer; fidelidades e infidelidades; marineros de los más extraños lugares del mundo; días de una soledad extrema en la superficie del océano abismal. Seguí de cerca las apariciones de Ahab, luchando contra el monstruo blanco; ese monstruo con el que Melville cambió el sentido de un color asociado a la pureza, a las radiantes novias, a lo divino. Ahab, el cazador cazado que sucumbe ante la furia inconmensurable de su presa.

(Fragmento Moby Dick)

J. Martínez

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69 Los vicios - El relojero

Aquel fue su primer contacto con el vicio. Seguro que antes hubo juegos con sus hermanos, el doctor, espiar a alguien, esas caras del vicio inocente de la infancia. Pero la tarde con el relojero en el hipódromo le cambió la forma de ver a la gente. Aunque de eso se daría cuenta más tarde.

Por aquel entonces su padre trabajaba en una joyería. Y lo hizo durante muchos años. Él no era joyero, ni relojero, ni especialista en engarces, y mucho menos millonario. Pero hubo gente que tuvo que escapar un poco a las apuradas; su padre solo estaba en el lugar y momento oportunos. De modo que pasó de maltratar una máquina de escribir en una oficina cuadrada a jefe de una joyería en pleno centro. El nuevo puesto le permitía una total libertad de horarios. Al chico, que ya empezaba a salir solo a la calle, le encantaba visitar la joyería, soñar con la riqueza que allí se acumulaba, bajar al sótano, al cuarto de cajas fuertes y ver a su padre sacar el manojo de llaves.

Todos los trabajadores de la joyería, unos cinco o seis, eran hombres. Pero entre calvas parecidas y jorobas con la misma curvatura, sobresalía el relojero. Era un tipo alto y muy espigado, que tenía que doblarse en dos para llegar con el ojo a la lupa. El chico se perdía con el relojero. Pasaba las horas junto a él viéndolo descuartizar los relojes, con la camisa arremangada y las pinzas en la mano. Desde el primer día el chico tuvo la sensación de estar al lado de alguien famoso.

Un día el chico escuchó a su padre decir que iba a ir al hipódromo. Lo había invitado el relojero y no había sabido cómo decirle que no. La mujer siguió con sus cosas después de decirle que tuviera cuidado con ese burrero. La palabra le sonó rarísima al chico, nunca la había escuchado, y no se imaginaba al relojero paseando burros los fines de semana. Esa misma noche le pidió a su padre que lo llevara a ver los caballos.

Las tribunas estaban repletas, y el relojero llevaba su mejor camisa. Antes de la tercera carrera, el padre le leyó a su hijo los nombres de los caballos. Cuando terminó le preguntó: ¿Cuál te gusta? Al chico le había gustado Poderosa. El padre dijo que era una estupidez. Y el chico se calló. Entonces el relojero también dijo que era una estupidez, pero que él por las dudas le iba a poner un billete. Mejor cien billetes, porque ese caballo no le sonaba a nadie. El padre del chico abrió los ojos y apostó diez a SAMBUCA. Pero Poderosa lo calló a todos y ganó de punta a punta. El relojero no cabía en su pecho, y levantó al chico por los aires para festejar. Cuando se fue a la ventanilla para cobrar, el padre le dio un cazote al chico y le dijo que estaba castigado. Después, sin que el padre se diera cuenta, el relojero le regaló al chico un billete de diez. Cuando volvieron a la casa el chico se fue a la cama sin cenar. Sacó el billete de su bolsillo, lo miró y lo volvió a guardar. Después se durmió enseguida.

Alejandro Feijóo

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74 Gente negra - Desgracia

Amigo te doy un consejo aunque yo consejos no doy: tienes que leer Desgracia, la novela de John Maxwell Coetzee. El escritor sudafricano la publicó en el año 2001, y desde entonces no ha parado de cosechar elogios y éxitos. Cosa rara al tratarse de una historia muy densa, desde el propio título hasta el punto final.

Nacido en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, y desde hace poco, ciudadano australiano, Coetzee es un escritor que en la actualidad tiene 60 años. Es profesor universitario, al igual que el protagonista de Desgracia, y desde siempre el segregacionismo del apartheid sudafricano ha estado presente en su obra. Pero no necesariamente como un discurso social, o sí, pero siempre muy permeable a lo literario, y viceversa, consiguiendo un equilibrio que los miembros del Comité Nobel supieron apreciar cuando le otorgaron el premio de literatura en el 2003, dos años después de publicar Desgracia.

Este es el profesor Laurie, el protagonista de la novela. Se puede decir de él casi cualquier cosa, menos que es un hipócrita. Su personaje nos puede despertar muchos sentimientos, y muchos de ellos contradictorios. Y es que a Laurie parece faltarle el filtro social. Ese filtro que nos permite no ser acusados a diario de asesinato, ese gracias al cual nuestro número de teléfono está todavía en un par de agendas. Pero tiene el filtro, es pulcro en sus modales, parece un tipo culto, es un apasionado de la poesía de Byron.

Estamos, pues, ante un hombre más bien anfibio, de piel resbaladiza y reflejos ágiles, una especie gentil de reaccionario. El tema es que el profesor Laurie se mete en un lío. Comienza seduciendo a una de sus jóvenes alumnas para terminar acosándola y prácticamente violándola. Digamos que se aprovecha de su posición de poder.

Y es lógico, el padre de la chica se agarra flor de calentura. Tras la pertinente denuncia, la universidad donde enseña Laurie le abre un expediente interno. Y le hacen una especie de juicio, medio esperpéntico, medio sumarísimo, en el cual Laurie desarrolla una estrategia muy peculiar de defensa…

Pero por mucha labia que le ponga, la presión se le hace insoportable. Así que decide dar un paso al costado y visitar a su hija, que vive en el campo, a unas horas de la ciudad. La hija, entendemos, es lesbiana, acaba de ser abandonada por su pareja y vive sola en una casa en medio de la nada. A los pocos días de haber llegado Laurie, sucede una desgracia.

La cosa se pone oscura. Unos pibes negros los atacan en su propia casa. El profesor se salva por esta de morir quemado. Y a la hija la violan los tres chicos. El libro entra acá en una parte muy interesante. Porque el espejo del profesor Laurie, abusador de su propia alumna, se le viene encima a su hija. Y a nosotros los lectores se nos viene encima el asco que empieza a tenerle a su padre. Por un lado, parece que lo acusa de no haber hecho lo suficiente para parar la violación. Pero hay algo más, hay algo más…

Efectivamente. Están en la Sudáfrica posapartheid. La paz social, digamos, está atada con alambre…, agarrada con todos los broches que se puedan imaginar… Acá es donde Laurie saca todo el profesor que lleva adentro y pone por delante su verdad blanca y universal, sí, esa misma que él no se aplica a sí mismo. Y claro, este es el momento en que el lector suele caer en la trampa y ponerse del lado de los blancos, perdón, quise decir de los buenos.

Seguro que me están puteando de todos los colores porque les estoy contando el libro. Y voy a parar aquí.

Por suerte o por desgracia, la novela Desgracia fue llevada al cine. La película es del año 2009, de reciente estreno, y está dirigida por Steve Jacobs y protagonizada por John Malkovich, que lo borda en su papel de profesor.

La verdad es que la película es bastante buena, al menos, es bastante fiel a la novela, incluso tomándose alguna licencia, sobre todo cerca del final de la historia. Pero el lenguaje cinematográfico no es el narrativo, y en una hora y pico de película cabe menos que en 300 páginas de novela.

A favor del film, que a Coetzee le gustó la película… Y eso que había puesto una condición antes de ceder los derechos: si el guion no le gustaba, adiós película… Así que si no conocen el libro, y un poquito les picó la curiosidad, les sugiero que lo lean. Si quieren empezar por la película, empiecen por la película, pero yo les sugiero que empiecen por la novela. Y es más, les recomiendo que la lean de un tirón, en dos días. Es una experiencia deliciosa y nada desgraciada.

Alejandro Feijóo

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74 Gente negra - Las panteras negras

En octubre del año 1966, el mismo año de edición del album Revólver de Los Beatles, se fundó en Oakland, California, el partido Pantera Negra de Autodefensa, popularmente conocido como los Panteras Negras. Con fuerte arraigo en las raíces afroamericanas, los Panteras Negras nacieron a la luz del discurso reivindicativo de la negritud de Malcom X. Tas el asesinato del popular dirigente negro, decidieron radicalizarse y armarse. El FBI no tardaría en hacerlos blanco, valga la parábola racial, de persecuciones y encarnizados ataques. Si la legalidad actuó activamente contra este grupo radicalizado, era de esperar que grupos paramilitares fascistas los siguieran en su camino.

Bastan algunos nombres para entender el arraigo y las simpatías políticas que despertaron los Panteras Negras en la comunidad estadounidense: el rapero Tupac Shakur, muerto a consecuencia de una balacera después de asistir a una pelea de Mike Tyson; Angela Davis, una de las más reconocidas activistas afroamericanas; el actor blanco James Cromwell y el actor negro Danny Glover; Nile Rodgers, fundador de la bada de música disco Chic, conocidos en estas pampas por su éxito Le freak, y siguen las firmas...

Estas eran las reivindicaciones que los Panteras Negras plantearon en sus inicios:

• Total libertad para determinar el destino de la comunidad negra;
• Pleno empleo la comunidad negra;
• Fin de la rapiña de la comunidad negra por parte del hombre blanco;
• Viviendas decentes, apta para el ser humano;
• Educación que represente la historia de la comunidad negra y su papel en la sociedad norteamericana;
• Salud pública y gratuita para todos los hombres negros y la gente oprimida;
• Exceptuar a los hombres negros del servicio militar;
• Cese de la brutalidad policial y el asesinato sistemático de la gente negra;
• Amnistía para los hombres negros detenidos en las prisiones norteamericanas;
• Juzgados de gente negra para la comunidad negra, de acuerdo a lo previsto en la constitución de los Estados Unidos

Uno de los casos más destacados está íntimamente relacionado con uno de los apellidos más conflictivos respecto de la negritud en los EE UU, y ese apellido es Jackson (Black or white). Pero esta noche no hablaremos del mutante Michael sino a George Jackson, un joven negro que se convirtió en uno de los estandartes de los Panteras Negras. En 1961, cuando apenas tenía 18 años, George Jackson fue arrestado por la policía por un asalto de una gasolinera. ¿El botín? 70 dólares. Jackson nunca recuperaría la libertad. Los Panteras Negras lo nombraron su mariscal de campo. La propuesta corrió como un reguero de pólvora y la organización de los reclusos negros fue un hecho que amenazó la prepotencia del sistema carcelario blanco y fascista. 8 de los 10 años los pasó en celdas de máxima seguridad. Durante ese tiempo, estudió a Marx y a Mao, organizó a la gente de su comunidad para enfrentar los abusos cotidianos de los carceleros en el penal de San Quintín.

Según la versión oficial, el 21 de agosto de 1971, Jackson intentó escapar de la carcel de San Quintín escondiendo una pistola automática bajo una peluca afro. Un guardia le vio algo metálico en el pelo, Jackson intentó escapar y fue baleado. Un argumento tan inverosímil que recuerda a otras muertes producidas por los tan cercanos gatillos fáciles. Al momento de su asesinato, James Baldwin dijo: "Así sea. Está muerto. Ni su hermano menor, Jonathan, ahora muerto, ni Angela Davis, ahora encarcelada, nunca mataron ni asesinaron a nadie. Los crímenes fueron cometidos por la policra nor teamericana. En resumen, estos asesinatos e intentos de asesinatos han sido llevados a cabo por el Estado norteamericano a fin de servir a los interes es es tadoun idens es, que fundamentalmente involucran sus inversiones en EE así como en el-resto del mundo", palabras recogidas de la revista Contracultura, editada por Miguel Grinberg en septiembre de 1971, apenas días después del asesinato. "No quiero morir dejando como único monumento unas pocas canciones tristes y un montecillo de tierra. Quiero dejar un mundo liberado de basura, contaminación, racismo, estados nacionales, guerras y ejércitos de estados nacionales, ostentación, intolerancia, estrechez de miras, mil clases de mentiras y la economía usurera y licenciosa". Palabras de Jackson, palabras de un pantera negra.

J. Martínez

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sábado, 23 de enero de 2010

Programa 3

Bloque 1



Bloque 2



Bloque 3



Bloque 4

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viernes, 22 de enero de 2010

Tracklist - Programa III

19 El pescado

Poseído del alba (Pescado Rabioso)
Panadero ensoñado (Pescado Rabioso)
Be a fish (Bardo Pond)


49 La carne

Meat and potatoes (Belle & Sebastian)
Flesh (Jan Johnston - Dj Tiesto Remix)
Tropical Flesh Mandala (Robyn Hitchcock)


53 El barco

Concerto violon (Christian Feras)
Sailing (Sutherland Brothers)
The Crystal Ship (The Doors)


74 Los negros

Woman Is The Nigger Of The World (John Lennon)
Ouili Ka Bo (Idrissa Soumaoro)
Abantwana Basethempeleni (Ladysmith Black Mambazo)
Bana (Issa Bagayogo)


14 El borracho

Todo se revela alguna vez (Charly García)
Hey Little Rich Girl (Amy Winehouse)
Drunk as Cooter Brown (Cassandra Wilson)


86 El humo

Smoke on the water (Pat Boone)
Smoke (Martin, Medeski & Wood)
Smoke (Cornelius)
Je ne sais qui fumer (Paris Combo)


38 Las piedras

Buenos Aires, alma de piedra (Luis Alberto Spinetta)
La piedra de Tandil (Alberto Muñoz)
Rock del pedazo (Los Ratones Paranoicos)
Hyparxiologi Del Rocanrol (Pascal Comelade)
Sicilia (Pascal Comelade)
Proven Lands (Jonny Greenwood)
Before The Beginning (John Frusciante)
A las piedras de Belén (Fito Páez)
Throw The Stone (Micah P. Hinson)


07 El revólver

Both Sides Of The Gun (Ben Harper)
Gunpowder (Goran Bregovic)
Taxman (The Beatles)
Eleanor Rigby (The Beatles)
Love You To (The Beatles)
Yellow Submarine (The Beatles)
She said, she said (The Beatles)
Tomorrow Never Knows (The Beatles)

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38 Las Piedras - Piedras hasta en la sopa

Se dice del idioma que es como una selva. Se supone que porque cada palabra nos regala un mapa casi infinito de significados. Dichos, refranes, formas de hablar en realidad, que existen mucho antes de las redes sociales, y que desde siempre traducen, a su manera, lo que cada pueblo tiene que decir de las cosas.

La presencia de “la piedra” en el habla, en el lenguaje, es impresionante… Muy rica… Repasemos entonces algunos usos de la piedra. Cayó piedra sin llover. El invitado imprevisto, el tipo al que no esperábamos, el que no sé por qué casi siempre “cae” con una sonrisa en los labios. Mientras que vos lo único que te importa es cómo zafar.

También entre las piedras “malas” está la piedra en el camino, el obstáculo con pinta de que al final se va a poder superar, la piedra en el camino. Más molesta puede ser la piedra en el zapato. Pero basta con agacharse, sacarse el mocasín, sacudir un poco y volver a empezar.

La piedra de toque es como una prueba, y depende cómo te vaya con el asunto te podés quedar de piedra. Siempre te podés comer una pizza a la piedra, pero fijate dónde porque te puede caer como una piedra. También te podés quedar de piedra si la piedra del granizo es muy gorda. Y ni te cuento si te toca tener una piedra en el riñón. De nada te va a servir jugar a piedra, papel y tijera

En el ámbito de los narcóticos la piedra da muuucho juego. Hay piedras de todo para drogarse, y me han dicho que de todos los tamaños.

Si elegís volar por las piedras, las vas a ver a millones. En las colas de los cometas, los anillos de saturno, los meteoritos. Si estás ahí arriba de nada te va a servir tirar la piedra y esconder la mano. Ni decir Piedra libre para todos los compañeros, porque casi seguro que no va a haber nadie entre tanta piedra. Nadie a quien correr a piedrazos. Y si elegís quedarte en la ciudad… bueno, ahí ya no me meto.

No nos olvidemos de otras piedras. La piedra filosofal, esa que todos buscan, hasta Harry Potter. O el empedrado de pintas… saben lo que es el empedrado de pintas, un plato de judías pintas amontonadas, con un poco de morcilla, tremendo.

Está también la piedra del encendedor, bendita y maldita, tan difícil de cambiar a veces. O la piedra de los molinos, tan difícil de mover.

Tenemos las piedras preciosas. Que si son tan lindas será porque el tipo que las recoge en Sierra Leona trabaja por la comida… No será que algún intermediario las embellece por el camino y por eso son tan preciosas…

Y están las piedras de la Intifada que no dejan de volar.

No, nos olvidamos de la piedra de Tandil. Ni de todas las piedras de España. En la península hay tres pueblos que se llaman La Piedra, en Lérida, La Coruña y Burgos. También están Fuente de Piedra, Piedrahita, Piedrafita, Pedralbes en Barcelona.

En los apellidos pasa tres cuartos de lo mismo, Los Piedra, Los Piedras, Los Pedroso, Pedregal…

Y de refranes andamos sobrados. “A árbol caído, todo son piedras”, o sea, nos siguen pegando abajo. “Bien está cada piedra en su agujero.”, ese es bueno. “Menos agua da una piedra”, o sea, conformate. Y después hay uno que es mentira: “Dios castiga sin piedra ni palo.”

Así que ya saben. El que esté libre de culpa que tire la primera piedra.



Alejandro Feijóo

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86 El Humo - Humo

Hoy quiero recomendarles la lectura de un libro que me sorprendió cuando lo leí. Se trata de Humo, una preciosa novela de Iván Turgeniev, un escritor ruso nacido en 1818 y fallecido en Francia en 1883, más de una década antes del ascenso al poder de la revolución bolcheviche de 1917. En el año 1862, en el que transcurre la novela, los rusos occidentalistas proponían que Rusia se incorporara a los países de Europa Occidental, sosteniendo que ese movimiento conllevaría bienestar y mayor calidad de vida. En ese contexto, era frecuentes los viajes hacia otros países de Europa, Alemania y Francia como los principales destinos. Turgeniev adhería a esta posición y ello está de manifiesto a lo largo de su novela. Humo narra la vida de Grigori Litvinov, un ruso de 30 años, decidido a casarse con una de sus primas lejanas. De vacaciones en el balneario de la ciudad alemana de Baden Baden, donde esperaba encontrarse con su prometida, se reencuentra con Irinia, un viejo amor de la adolescencia. Es entonces cuando el pasado vuelve con la fuerza del encuentro, lo desplazado, lo prohibido, poniendo al bueno de Litvinov contra las cuerdas. Turgeniev recurre al flashback para hacernos saber del amor juvenil de Irina y Grigori. La muchacha, perteneciente a una familia de principes en decadencia, tiene un solo objetivo: vivir fuera de Rusia. Entonces intima a Grigori a casarse y partir de allí, rumbo a una vida que suponía mejor. Como el joven Litvinov no se decide, la muchacha desaparecerá de su vida cuando sea entrega a un matrimonio para conveniencia de su familia, a cambio de un marido con un apellido con alcurnia y un puesto como general en el ejército ruso.

El reencuentro pone en jaque a ambos. La tensión entre ellos crece y el erotismo trasciende las barreras de las palabras y los silencios. Una nueva encrucijada, un nuevo error de cálculo. Narrada con una pluma precisa, con toques de un humor sutil y un preciosismo destacable, Iván Turgeniev urde una trama que dice tanto en los hilos que nos muestra como en los agujeros e intersticios de esa tela preciosa y refinada que es la novela Humo. Si te animás a entrar en el mundo ruso de mediados del siglo XIX, no te pierdas esta novela que deja a la altura de un poroto a la engolada película La Edad de la Inocencia, de Martin Scorsesse, que tanto le debe...

J. Martínez

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86 El Humo - Humo sobre el agua

Les apuesto, estimados oyentes, a que si digo la palabra narguile serán pocos los que sabrán de qué les hablo. Muchos más caerán en la cuenta si en lugar de emplear la palabra oriental, llamo al narguile simple y llanamente, pipa de agua. Un instrumento cuyo origen no es del todo certero, unos dicen que es un invento árabe, otros que los ingleses lo llevaron a Europa cuando sojuzgaron a la India, utilizado en el lejano oriente para fumar tabaco de distintas especies. El narguile, consta de una cacerolita en la que se pone el tabaco, un cuerpo que la une con la base y en la que se encuentra inserta la manguera y donde se encuentra la válvula de aire, y la base, generalmente de cristal, en la cual se encuentra el agua. El sistema es sencillo: cuando el fumador aspira por la manguera, el humo pasa por el agua, sube a la superficie que está sobre ella y llega, frío, al pulmón del fumador. Quizás los antecedentes chinos, que la utilizaban para el consumo de tabaco mezclado con opio, haya producido una falsa creencia en un viejo amigo: que a ese humo sobre el agua le era dedicado el tema de Deep Purple. Nada más alejado de la realidad. El humo al que refiere la canción emblema de la banda británica, narra una historia que el propio grupo vivió en diciembre de 1971, cuando se dirigían a grabar un album en la ciudad suiza de Montreaux. En las previas, tocaba en el lugar Frank Zappa & The Mothers of Invention y un energúmeno del público no tuvo mejor idea que disparar una bengala produciendo el incendio del lugar. En el camino, los Purple vieron el humo del incendio sobre el lago que rodea Montreaux. Sí, había humo sobre el agua y fuego en el cielo. Smoke on Water es quizás una de las canciones más conocidas de la historia del rock, todas las generaciones del rock argentino han bebido de sus aguas, directa o indirectamente. Sin embargo, su discurso no fue suficiente para que otras bandas menores de este poderoso género musical, detuvieran la estupidez asesina que terminó con 194 víctimas en el boliche Cromagnon.

J. Martínez

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14 El Borracho - Raymond Carver

Reciban un cordial saludo desde Madrid. Hoy nos juntamos un cacho para hablar de un tipo que durante una época larga de su vida fue un borrachín. Un desastre de chabón. Reventaba a palos a su mujer e incluso un día estuvo a punto de cortarle el cuello con un trozo de cristal. Entre trago y trago, nuestro personaje de esta noche se sentaba y se dedicaba a escribir. Y créanme, que el muy cabrón escribió algunos de los cuentos más contundentes de la narrativa contemporánea. Este buen hombre respondía al nombre de Raymond Carver.

Sé que puede parecer injusto hablar de Carver en el marco del número 14, el borracho. Porque miren que no hubo escritores borrachos, o borrachos que escribieron: de Ernest Hemingway a Raymond Chandler, de Poe a Scout Fitzgerald, de Abelardo Castillo a… podríamos estar toda la noche bebiendo y leyendo.

Lo que pasa es que Carver, aparte de ser un narrador del carajo, tuvo con el alcohol “esa” relación. Y es más, durante los últimos diez años de su vida estuvo abstemio. Y sin que su talento literario se haya visto mermado. Y eso ya es más de lo que pueden decir muchos sobrios.

Tanto si leíste como si no leíste a Raymond Carver te pueden sonar algunos títulos de sus libros, como “Quieres hacer el favor de callarte”, “De qué hablamos cuando hablamos de amor” o “Catedral”. Como les decía, algunos de ellos los escribió bajo los efluvios de la bebida, y otros no, como Catedral, que fue escrito después del temblor, cuando el autor ya estaba casado con su segunda esposa, la escritora Tess Gallagher, y ya había pasado por Alcohólicos Anónimos: Te queremos Raymond.

A pesar de haber abrazado la sobriedad, Carver no abandonó ni la concisión de su estilo ni la mirada sucia que les regalaba a sus personajes. Outsiders del american way of life, los tipos que describió Carver aparcan sus vidas al costado de las carreteras principales. Podemos decir que se trata de “gente normal”, con todas las comillas del caso, especies de withe trash, de basura blanca: yo qué sé, matrimonios reventados que viven en rulots, vendedores de coches humillados por sus familias, tipos ciegos, amas de casa que no tienen plata para arreglar la heladera, o pescadores que se encuentran cadáveres en los lagos.

En definitiva, gente que no tiene precisamente facilidad para la palabra. Y que Carver se la daba a cuentagotas, para decir únicamente lo necesario. Porque como él mismo decía, “Si puedes decirlo con quince palabras en lugar de treinta, dilo con quince palabras”.

El que se enfrente a un cuento de Carver, o a uno de sus poemas, igualmente magníficos, que no espere encontrar respuestas o conclusiones. Su narrativa es una gran pregunta abierta, con mucha realidad, pero también con toques oníricos. Ningún símbolo, simplemente la sombra de la amenaza oscureciendo sus vidas grises.

Pero Kaisy no se despierta… Estos cortes que escuchan pertenecen a la película de Robert Altman, Ciudad de ángeles en Argentina o Vidas cruzadas en España. Lo que hizo Altman fue recopilar varios de los relatos y armar un retrato coral de una sociedad que se descompone.

Carver murió en 1988 de cáncer de pulmón. Tenía cincuenta años. A partir de entonces, disculpen la ironía, comienza la peor época de su vida: es decir, la posteridad. Se sabe o se dice que su editor, un tipo llamado Gordon Lish, le corregía los cuentos, e incluso llegó a decirse que este Gordon es el responsable de ese estilo minimalista y sucio que tanto admiramos en Carver. También con el cadáver de Carver en medio del living, asistimos a juicios entre sus hijos y su segunda esposa, Tess Gallagher, a la que el escritor había nombrado beneficiaria de toda su obra y bienes. Gallagher ganó todos los juicios, pero ya saben cómo es la muerte. Podés tomarte una copa tranquilo, que todo te resbala.

Buenas noches, y agarren los libros.

Alejandro Feijóo

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07 El Revólver - El tipo

La luz de la luna comenzó a sesgar la superficie del empedrado. Caminaba sin apuro, pero apretaba el paso, las manos en los bolsillos del pantalón del ambo, la respiración contenida. Los olores de la ciudad era un rompecabezas cuyas fichas no terminaba de acomodar. Un rastro penetrante de una quesería; el aceite hirviendo de la fritanga; una parrilla y el humo ascendiendo como una columna etérea, arrastrando consigo el aroma tentador de la carne vacuna asándose. Carne asándose. ¿Y su propia carne, qué? Había amado a esa mujer al punto de hacerla suya y sin embargo ella, la muy ingrata, lo había abandonado. Salió una mañana con el niño en brazos y no volvió nunca más. El la encontró. No era que la había buscado, sólo la encontró de casualidad, una mañana. La vio de lejos, si queremos ser exactos; colgada del brazo de un hombre que llevaba al niño de la mano. Qué grande estaba. Y, de repente, sus ojos volvieron a la mano del tipo en la cabeza de su hijo. Lo agarraba paternalmente de la parte de atrás del cuello, la palma de la mano descansando sobre la espalda del pequeño. Le hirvió la sangre. Desde ese día el tipo se convirtió en mucho menos que una obsesión, en una preocupación pasajera, pero necesitaba saber de él. Qué hacía, dónde vivía, de qué trabajaba. El nombre era lo de menos. No tenía nada que ver con su nombre. Llamase como se llamase era el cretino que le devolvía una imagen salvaje de sí mismo, la imagen de la furia. Y eso que estaba acostumbrado a los momentos donde la adrenalina es un remolino, el cuerpo vibrante como el tensor de un arco, listo para la flecha. Sonrió para sus adentros con esa sonrisa a media, producto de un pico de presión que le dejó parte del rostro paralizado. Con sólo saber mover las fichas precisas, no supo qué hacía, dónde vivía, de qué trabajaba. Y si no supo su nombre, fue porque no quiso. Lo que le importaba, era que paraba en un bar en Valentín Alsina. Y hacia allá iba mientras la luz de la luna sesgaba los adoquines. Cruzó el puente sobre el riachuelo. Las luces de la calle se empequeñecieron, se atenuaron. El viento soplaba y hacía danzar los foquitos amarillentos a su antojo. Humedad. Una humedad de la hostia. El piso resbaloso, las zanjas, las ranas croando en la noche. El bar estaba en una calle mal iluminada. Se paró en una esquina y vio el movimiento. Casi inexistente. Poco más que una sarta de borrachos perdidos. No como él que sí sabía beber, porque sabía cuándo debe beber un hombre. Y ése era uno de esos momentos. Se acercó, molesto porque sus zapatos no podían esquivar la mugre del suelo. Se acodó en la barra. Nadie lo miró. Pidió una caña. Y luego otra. Y se detuvo en la tercera. Era el punto justo. Lo sabía su paladar. Uno de los borrachos se levantó con dificultad y descorrió el velo que ocultaba al tipo. Palpó el revólver en el bolsillo de su saco. Se dirigió camino al baño, porque era camino al baño que el otro estaba con los codos apoyados en la mesa mirando por a través del único vidrio del bar. Antes de llegar, se lustró los zapatos en las bocamangas de los pantalones. Se detuvo frente a la mesa. La curiosidad que mata al gato, llevó al hombre sentado a levantar su mirada hacia ese hombre petiso y trajeado que, con perlas de sudor en la frente, lo miraba como si quisiera perforarlo. ¿Por qué no se sacará el saco si tiene tanto calor?, se preguntó. El tipo de pié metió la mano en el bolsillo sacó su revólver y, antes de que el otro pudiera reaccionar, le apoyó el caño en la frente. Nadie se movió. Rápido como un rayo, apretó el gatillo y el revólver hizo un ruido seco de recámara vacía. Así es la vida, se dijo, una ruleta rusa.

J. Martínez

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07 El Revólver - The Beatles

Lo que estamos escuchando es Taxman, el corte número 1 del disco Revólver de Los Beatles. Desde que tengo uso de memoria, quería ser uno de los fabulosos cuatro. Sacudir el flequillo. Sumergirme en un mar de aullidos femeninos. Escapar con lo justo de las uñas de chicas alborotadas. Y debo confesarlo: no quería ser Lennon, quería ser Ringo Starr, es decir, vivir las cosas antes nombradas, tocar la batería y llevar anillos en todos los dedos de la mano. Quizás el hecho de que en Revólver estuviera el registro de Submarino Amarillo, interpretada con voz áspera y con pocos matices por mi ídolo, fue uno de los motivos por los cuales quedé fascinado con el disco. Ahí lo dejaban cantar.

Yo tenía apenas 2 años cuando, en agosto de 1966, los muchachos de Liverpool dieron a luz uno de los experimentos sonoros que cambió el rumbo de su música, lo que es casi decir, que cambió el rumbo de la música pop. Nada fue igual después de Revólver. Al menos para mí. Si la experimentación con alucinógenos fue una de las razones de un sonido que, valga la contradicción sensorial, se puede adjetivar como panóptica, no es algo que ocupe mi tiempo al escucharlo. Pero, en vistas de que no es de mis 2 años a los que se remiten los recuerdos del disco, algo de todo esto debe haber trascendido en su sonido, en la estética ecléctica del disco. Algo que, mucho más profundamente, se repetiría como boom sonoro en el conocido como Album Blanco.

Les propongo hacer un breve zapping por la superficie lunar de Revólver, tocando los temas que fueron, para mí, los que destacaron del resto.

1. Eleanor Rigby fue la primera canción de la que busqué la letra. Quería saber qué decía. Obvio, la Internet era cosa de la ficción y apenas me quedaba con recurrir a mis magros conocimientos de inglés y al de amigos para ir reconstruyéndola, de a fragmentos.

2. Love to You es, sin dudas, el primer tema musical en el que escuché el sonido de una cítara. Cuando averigüé de qué se trataba y me hablaron de un instrumento de cuerdas hindú, recibí una lección del uso de herramientas sonoras para producir un efecto entre alucinógeno y letárgico.

3. Y sí: Submarino Amarillo no podía faltar. Los collages de voces, ruidos subacuáticos, ambientes de submarino y sonidos que representaban bocinas. ¿Debo agregar que salté de alegría al ver la película animada que lelva el mismo nombre, con los Beatles atravesando el mar de los agujeros, el mar del tiempo y el mar de los monstruos.

4. En la cara B del disco, la mejor de ambas para quien les habla, se inauguraba con un temazo que, de haber tenido peluca, me la hubiera volado sin dudas: She said, she said. “Ella dijo: yo se lo que es sentirse muerta. Ella dijo como es estar triste. Y me hizo sentir como si nunca hubiera nacido”.

5. Y les propongo dar un salto para llegar al final de Revólver donde, si se me permite una metáfora simple y a mano, los Beatles descargaron todos los proyectiles. Damas y caballeros, con ustedes Tomorrow never knows.

J. Martínez

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74 Los Negros - Gente negra

Si uno se toma el trabajo de comparar más de una de las listas de los significados de los sueños según los números de la quiniela, verá que el 74, el que ahora nos ha tocado en suerte, tiene dos versiones sobre el mismo concepto. Según unos, el 74 es Gente Negra, según otros simplemente Los Negros. Es interesante, a la luz de esta diferencia que no es tal, pensar en el valor peyorativo del término “negro” en contraposición con el orgulloso “blanco”. Los primeros atisbos son simples y directos: la comunidad negra en América se formó con los esclavos de los europeos que colonizaron, conquistaron y saquearon el continente africano... Y luego el americano. Y esa reducción del hombre a un mero instrumento, incluso despreciable en vistas del esclavista, le otorgan el disvalor intrínseco al sometimiento y la humillación a los que fueron destinados.

En el ámbito local, pasamos del agresivo “cabecita negra”, acuñado por la oligarquía en los tiempos de gloria del General Perón, cuando se produjeron los movimientos migratorios hacia la ciudad de Bueno Aires de la mano de la floreciente industrialización del país, al amoroso negro o negrito con quien uno adjetiva a los afectos queridos. En una rápida recorrida, tengo en mi vida unos cuantos negras y negros queridos: el negro Yiye, el negro Nigra, el negro Merino, la negra Muscio y, por cuestiones de respeto estético, a la recientemente fallecida la Negra Sosa y al inmortal negro Olmedo. En estas épocas de corrección política e indiscriminación sin discriminación, los adjetivos mutan dándole paso a los más rebuscados modos para llamar a alguien por sus atributos considerados una reducción de su valor, de modo tal que el mundo bienpensante no nos condene al infierno del mal decir. En ese contexto, mi tío el Sordo Lucio paso a ser mi tío el Hipoacúsico Lucio aunque, debo confesarlo, nunca lo llamamos así. Sin embargo, la comunidad negra ha tomado el sentido peyorativo de origen blanco y 1o ha vaciado de contenido. Una venganza por sobre la palabra del esclavista, un vacío revolucionario y subversivo. Así, en los EEUU, los marginados negros tomaron el descalificativo nigger o nigga para identificarse unos con otros, donde el mote cobra un sentido unificador y contestatario. Similar movimiento se da en nuestro país en el que los cabecitas negras se denominan, con total orgullo, 100% negro cumbiero, tatuándolo en su piel.

Pero si las fantasías de que terminada la esclavitud terminaría la marginación de la comunidad negra, la historia tiene cientos de ejemplos que las demuelen. Imaginen, críticamente, qué sería de una populosa comunidad negra en un país tan xenófobo como el nuestro. Lo que vemos con espanto en la historia de los EE. UU. no es sino el reflejo de un espejo fantástico en el cual ver una realidad posible si hubiéramos recibido una cantidad de esclavos africanos mayor a los que recibimos durante el dominio español.

El otro día, leía sobre las políticas antidiscriminatorias (término que deberíamos poner en juicio algún día ya que discriminar no implica someter, sojuzgar ni humillar) que los dirigentes del fútbol europeo están impulsando: suspender el partido si alguna de las hinchadas desprecia, con sus cantos, a cualquier jugador de color. De color negro, claro.

J. Martínez

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53 El Barco - La bitácora de Antonio Pigafetta

Seguro que tenés un blog. Y que lo cuidás todos los días como si fuera un tamagotchi. Si este no es tu caso, por lo menos conocés a alguien que tiene un blog, y que se enferma tratando de ser constante, como cuando dejás de fumar. Porque la constancia es fundamental en esto de las bitácoras digitales. Porque si no lo actualizás seguido, el tiempo le pasa por encima como una aplanadora y sos viejo a los cinco minutos.

Antes de la banda ancha, pasaba lo mismo pero con las bitácoras. Con las de verdad, las de los barcos. Había que mimarlas todos los días, encerrarse en el camarote y darle a la pluma. Superar todos los obstáculos, las tormentas y las vicisitudes del viaje. Eso mismo fue lo que le pasó al hombre que llevó la bitácora de la primera vuelta al mundo en barco.

Antonio Pigafetta, se embarcó en la expedición de Hernando de Magallanes el 20 de septiembre de 1519.

Él no era un rudo marinero. Como él mismo dice, era un gentilhombre vicentino. Provenía de una familia acaudalada de Vicenza, había sido universitario y coqueteaba con el francés. Su curiosidad y la promesa de nuevos horizontes le llevaron a convertirse en un pasajero de pago del barco de Magallanes. Aunque eso no lo libraría de los peligros que prometía el viaje.

Decíamos que cierta avidez intelectual había llevado a Pigafetta a embarcarse en un viaje cuyo objetivo final era descubrir nuevas rutas para el comercio de especias. Pero Pigafetta, como buen hombre inteligente, aspiraba a más. A mucho más. Ni más ni menos que “crearse un nombre que llegase a la posteridad”.

La primera parte del viaje fue bastante tranquila. Los cinco barcos que habían zarpado de Sanlúcar de Barrameda llegaron a Tenerife, bajaron a las islas de Cabo Verde y Cruzaron el Atlántico hasta Brasil. Pararon en Santa Lucía, lo que hoy es Río de Janeiro, y siguieron rumbo al sur, hasta el gran río de agua dulce, y más abajo todavía, hasta el puerto de San Julián, en la Patagonia. Ahí empiezan los problemas. Se produce el primer motín, que Magallanes reprime con mano dura. Todo eso, antes de descubrir el estrecho que une los dos océanos.

El hambre y las enfermedades ya empiezan a hacer mella entre la tripulación. Una de las naves había encallado y otra se había dado a la fuga. Pasaron tres meses de navegación por el Pacífico, sin pisar tierra, casi sin agua, comiendo nada… Y Pigafetta seguía escribiendo su bitácora.

Los hombres caían como moscas y sobraban barcos para tan poco marinero. Ahora la expedición constaba solo de dos naves. A todo esto ya habían llegado a la isla de Guam, y, manteniendo la navegación hasta el oeste, tocaron Filipinas y las islas Malucas. Aquí, en una batalla con nativos, muere Magallanes, y Juan Sebastián Elcano se pone al mando de la única nave que les quedaba. Este barco se llamaba Victoria.

No eran más de dieciocho, de los casi trescientos que habían zarpado tres años antes. Entre estos dieciocho, claro, estaba Pigafetta. Llamó a su bitácora “Primer viaje alrededor del globo terráqueo”.

Más de 14.460 leguas. Una vez cumplido su sueño de entrar en la historia, Pigafetta no volvió a subirse nunca más a un barco.

Alejandro Feijóo

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49 La Carne - Isabel Sarli

Retomando las palabras de Alejandro en el primer programa, hablar de carne en Argentina, remite inevitablemente al asado. Y habla de asado en Argentina es como hablar de tortillas en España. Pero no será en esta noche en la que entremos en los detalles que hacen que cada asador tenga sus trucos y sus mañas a la hora de preparar el fuego o colocar la carne en la parrilla. En esta noche de verano, quiero hacer una breve referencia a otro tipo de carne argentina que está directamente relacionada con la voluptuosidad femenina. Le apuesto a cualquiera de los oyentes que si escriben esas dos palabras, carne argentina, en cualquiera de los buscadores de la Web, ya en la primera página aparecerán ofertas de sitios con muchachas de amplias nalgas y exuberantes ubres. Sí, en el país de la carne, la carne es reina.
Para los adultos de hoy, una de esas féminas es el ícono cárnico por excelencia: Isabel Sarli, conocida en entre-casa como La Coca. La traza es sencilla, previsible y está al ras de la memoria, ya que Carne es el título de una de las tantas películas que protagonizó de la mano de su marido Armando Bó. Filmada en 1968, una década después de la primera colaboración de la pareja que llevó al punto máximo al kistch argentino, Carne es una película que, de algún modo, resume la esencia de la dupla que insertó, en el cine argentino, algunos tópicos que pusieron de punta los pelos de la moral cristiana. Y no sólo por los monumentales desnudos de la Coca y las constantes violaciones a las que fueron sometidos los personajes que, nada paradójicamente, encarnó a lo largo de 28 películas con el hombre a quien amó al punto de la devoción. Y si de coincidencias y azar se trata, el 28 es, ni más ni menos, que Las Tetas en el imaginario colectivo popular. Pero ese es un detalle pintoresco. Una de las mayores potencias que pusieron en jaque al aparato censor argentino, fue el hecho, nada menor, de que uno de sus más frecuentes partenaires en las escenas de sexo, fuera ni más ni menos que Víctor Bó, hijo de su marido y su hijastro por extensión. Cóctel explosivo.
Volviendo a la película Carne, es aquí donde Isabel Sarli puso en boca de Delicia, su personaje, una frase que quedaría inscripta en la memoria popular argentina de finales de la década del 60. Encerrada en un camión frigorífico donde era obligada a prostituirse, envuelta su desnudez en un abrigo de piel, mira a su abusador y le pregunta “¡¿Qué pretende usted de mí?”, como si la respuesta, respondida con la imagen del tipo que se acerca manoteándose la bragueta del pantalón, estuviese ocultas a sus ojos y su entendimiento.
A pesar de ser uno de los símbolos eróticos, no sólo argentino sino también latinoamericano, siempre se definió como una mujer extremadamente tímida. Según sus declaraciones, sólo el amor que sentía por Armando Bó y tomar whisky antes de las escenas calientes, hacían posibles sus desnudos en la pantalla grande.
Entre 1958 y 1981, año de la muerte de Armando Bó, Isabel Sarli sólo le fue cinematográficamente infiel en una oportunidad. Fue en el año 1962 cuando, bajo las órdenes del genial Leopoldo Torres Nilsson protagonizó la película 70 veces 7, una coproducción entre Brasil y España, basada en dos cuentos del libro homónimo de Dalmiro Saénz. Esta ha sido, quizás, la mejor de las películas que haya protagonizado. Y si podemos homologar experiencias cinematográficas entre dos divas carnosas, esta ha sido una película de inflexión, la perla negra, el tesoro escondido, como fuera para Marilyn Monroe protagonizar Los inadaptados de la mano de John Houston y con guión de su entonces marido Arthur Miller.
Antes de terminar esta breve semblanza, no quiero dejar de señalar que, a pesar de las falencias técnicas y narrativas con las que Armando Bó armó su estética, Carne traza una línea de continuidad, y de denuncia, respecto de la explotación femenina, de la trata de blancas y la prostitución forzada que tuvo su primera organización en nuestro país con la mafia polaca que instaló una sucursal de la llamada Zwigt Migdal y que hoy en día se traslada, sin polacos mafiosos, a muchas ciudades fronterizas del noreste de nuestro país. Pero los detalles de esta organización mafiosa, quedarán para cuando el azar nos traiga el número 78, La Ramera.

J. Martínez

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19 El pescado - Su-Shí

Oriente, ese gran desconocido, nos regala otra de sus leyendas. Esta que nos ocupa hoy cuenta la historia de Su-Shí. En sus años mozos, Su-Shí era una lubina normal, una más del cardumen, que vivía marea arriba, marea abajo, sin mayor preocupación que seguir siendo un pez. Pero una tórrida tarde verano, tres humanos que pescaban en una vieja barcaza lo convirtieron en pescado.

La historia no hubiera llegado hasta nuestros días si no fuera porque a los tres días Su-Shí resucitó. Los testigos del acontecimiento le escucharon decir sus primeras palabras: "Yo los perdono..."

El tiempo pasó y los siglos fueron generosos con Su-Shí. Vivía en una cómoda eternidad, recostado en el mensaje del perdón, con sus túnicas de profeta, predicando con nada entre las manos y redimiendo a los más necesitados de misericordia.

Su-Shí disfrutaba de la simpatía de la población. Sin embargo, no tardaron en aparecer los críticos de siempre. Las voces incrédulas, que ante su prédica contundente, lo acusaron de complicidad ante lo que llamaban "el genocidio diario de millones de hermanos peces".

Entonces Su-Shí, sin abandonar sus túnicas, convocó a los suyos y les transmitió: "Abrid vuestros corazones y fijaos. Mirad bien al fondo, pues el horror merece ser visto".

Ese es el verdadero mensaje con el que Su-Shí quiso homenajear a la raza humana. Sabedlo.

Alejandro Feijóo

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19 El pescado - Receta

Recetas en menos de un minuto: bacalao a la dorada

Hoy les traemos, queridos oyentes, una exquisita receta de bacalao a la dorada acompañado con papas paja.

Se trata de un plato que en Portugal es casi una institución nacional. Para preparar una comida o una cena para cuatro comensales, necesitaremos, anoten bien:

• 1 cebolla
• 1 papa mediana o grande por persona.
• Tres cuartos kilos de bacalao,
• 1 huevo por persona
• Y aceite (si puede ser de oliva, pues mejor)

Al bacalao hay que desalarlo la noche anterior, y mantenerlo en remojo al menos durante 24 horas. Y cambiarle el agua dos o tres veces.

Con el bacalao ya desalado, se le quitan la piel y las espinas. Y se desmiga o desmenuza en trozos pequeños y finos.

Después, se pelan las papas y se cortan en pedacitos muy chiquitos y finitos. Se ponen las papas cortadas en un bol con agua y el bol se pone en el congelador. Este punto es importantísimo, y ojo, porque el agua no tiene que llegar a congelarse.

Se corta la cebolla en tiras y se pone a freír en una sartén grande con un poco de aceite de oliva. Antes de que la cebolla se ponga amarilla se agregan los trozos de bacalao y se deja cocinar, poco tiempo, nunca más de diez minutos. Y ojo que no se pegue.

Mientras tanto, habremos sacado las papas frías, las habremos colado y secado bien con un trapo limpio. Las echamos en una freidora o en otra sartén con el aceite muy muy caliente. Ojo porque salpica. Y se dejan freír como mucho un minuto, hasta que se doren bien.

Se sacan las papas paja, y separamos una parte de ellas para decorar el plato. El resto, las agregamos al bacalao junto con los huevos ya batidos. Y se le da varias vueltas mezclando los ingredientes.

Se sirve en una fuente con las papas paja alrededor y se le puede poner también unas aceitunas negras para decorar.

¿Les ha gustado? Que tengan buen provecho, queridos oyentes.

Alejandro Feijóo

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sábado, 16 de enero de 2010

Programa 2

Bloque 1



Bloque 2



Bloque 3



Bloque 4

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miércoles, 13 de enero de 2010

Tracklist - Programa II

06 El perro

• Dogs rule the night (Porno for Pyros)
• Black dog (Led Zeppelin)
• Thank you (Led Zeppelin)
• Oh well (Fleetwood Mac)
• Foreman's dog (Fugazi)
• Call me a dog (Temple of the Dog)
• Chicken dog (John Scofield)
• How come my dog don't bark when you come 'round (Dr. John)
• Riders on the storm (Snoop Dogg)


34 La cabeza

• La mala cabeza (Perroflauta)
• National Anthem (Radiohead)
• Bell'Alla (John McLaughlin)
• Cabeza de departamento (Pez)


64 El llanto

• Llanto de luna (Inti Illimani)
• Crying shame (Jack Johnson)
• Cryin' blues (Thelonius Monk)
• Willow weep for me (Stanley Turrentine & The three sounds)
• Lacrimosa (Academy of St. Martin-in-the-Fields, Laszlo Heltay, Neville Marriner)
• Detrás de la pared (Lhasa de Sela)


67 La víbora
• Snake song (Nitin Sawhney)
• King cobra (The Budos Band)
• Serpiente de gas (Spinetta & Páez)


79 El ladrón


• Ladrón de mi cerebro (Patricio Rey y los Redonditos de Ricota)
• Who sorry now (Woody Allen & his New Orleans Jazz Band)
• 2 + 2 = 5 (Radiohead)


82 La pelea
• One kind favor (B. B. King)
• Super Bad (James Brown)
• I Am Home (Massive Attack)
• Hurricane (Annie DiFranco)
• Afro's father fight (RZA)
• Pío pío pa (Ringo Bonavena)
• La dispute (Yann Tiersen)
• Fight the fight (Living Colour)

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79 El ladrón - Yo tuve un amigo ladrón

Yo tuve un amigo que era ladrón. Me acuerdo que lo primero que robó fue un paquete de pastillas de naranja. Y digo me acuerdo porque yo estaba con él ese día y me acuerdo de cómo el kiosquero lo pescó y de cómo salió a la calle gritándonos ladrones. Para mí aquello fue un trauma y significó el comienzo y el fin de mi carrera delictiva. Pero mi amigo, amante de los retos, perseveró. Y con el tiempo fue puliendo su técnica hasta alcanzar cotas asombrosas.

Aún siendo niños, mi amigo se especializó en los útiles de los demás compañeros, y después en robar los las chapas a los coches. Después siguió con los casetes, con los casetes de las disquerías y con los casetes de las casas de sus amigos. Más adelante, empezó con los libros y los discos. Tuvo una época en que se especializaba en robar revistas. Y te traía la que le pidieras, sin obtener nada a cambio. En esa época suponía que era por el solo hecho de la emoción.

Y después, la comida del supermercado: jamón, bandejas de carne, alguna colonia. Enseguida mi amigo tuvo una novia, y se fueron juntos a Brasil. En una joyería de Río, le robó un collar que a ella le gustaba mucho.

Un poco más tarde mi amigo ya empezó a trabajar, y entonces abandonó un poco esa dispersión de objetivos y se concentró en la plata. En la plata de la caja de su trabajo. Ahora, un montón de años después, mi amigo no tiene nada que ver con el mundo del delito. Es escritor y tiene dos hijos preciosos, de lo más bonitos y honestos. De vez en cuando me lo cruzo en el Facebook, y entre las boludeces que nos escribimos, me pregunto si alguna vez le hizo daño a alguien.


Alejandro Feijóo

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67 La vibora - Viborita

Cuando Viborita entró a la escuela primaria, todavía no se llamaba Viborita. Vivía en una de las villas que crecieron a la sombra de la fábrica de carrocerías para colectivos llamada El Detalle. Viborita, antes de serlo, nunca llegó a construir cariño entre sus pares infantes. Y después de serlo, salió despedido por la puerta pequeña del olvido escolar, tras su fugaz irrupción por la ventana grande del miedo. Viborita fue Viborita a partir de que puso una culebra en el bolsillo del guardapolvo de una de sus compañeras. Imposible olvidar la cara de terror de la pequeña cuando, al meter su mano en el bolsillo, se encontró con la forma sinuosa y la piel fría del reptil. Es probable que nunca nadie le haya preguntado a Viborita por qué hizo lo que hizo. Pero en sus ojos se leía la dulce venganza de un amor no correspondido.


J. Martínez

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67 La vibora - Encantador de serpientes

Gente que camina sobre brasas ardiendo. Gente que camina sobre vidrios rotos. Fakires en camas de clavos. Y el encantador de serpientes. El miedo se juega en los afilados colmillos de cobra. Seguramente ya vacíos de veneno, su mayor amenaza reside en la duda que provocan; su lengua siseando en el aire; elevándose bajo el influjo de la música. Entregada al destino rutinario del encanto. Alguna vez, el hombre flaco que la hace bailar tuvo que haberla dominado, domado, sumido a sus órdenes, reducido a esclava. Y, como si fuera justicia, la serpiente cae en su propia trampa: la del encantamiento. Es difícil no sucumbir al encanto mortífero de sus ojos esclavos (y aún esclavos), de sus ojos vencidos (y aún vencidos). Ojos cuya distancia con cualquier forma de la razón se traduce en frío polar en la espalda. Sin embargo, ahí fue a parar, a ser víctima de otro encantador, de otro depredador. Una suerte de contrato íntimo los une en el modo de conseguir su alimento. En el caso del encantador, por interpósita serpiente y dinero mediante. Una vez más, mente superior domina mente inferior. ¿Será dominación o será complicidad? Y, en todo caso, ¿qué tiene que suceder para que la dominación mute en complicidad? Vaya uno a saberlo. Quizás tenga que ver con el encantamiento, con el filo de la muerte asomando como pequeñas amenazas punzantes...

J. Martínez

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34 La cabeza - La cabeza del cordero

Hoy vamos a leer un poco. En el año 1949 Editorial Losada publicó en Buenos Aires La cabeza del cordero, un libro de relatos del español Francisco Ayala. Son cinco cuentos, y el que da título a la obra, La cabeza del cordero, es el que usamos esta noche para encontrarnos en La música del azar.

Un español que se llama José Torres está de viaje de negocios en Marruecos. En la ciudad de Fez. Una mañana, un moro desarrapado, una especie de mendigo, dice Ayala, le lleva un mensaje de unos parientes suyos. ¿Parientes? Qué disparate, él no conocía a nadie en Fez y nadie lo conocía a él, al menos eso creía. La cuestión es que está a invitado a comer a casa de Yusuf Torres, una especie de primo, pariente lejano, que le pide a través del mendigo que honre su casa con su presencia.

José Torres no tiene nada mejor que hacer y decide ir. Él va con ánimo burlón, como si emprendiera una aventura, total no tiene nada que perder. El propio mendigo lo conduce hasta la casa, a la que le cuesta llegar. Este tal Yusuf Torres lo está esperando, y lo recibe con palabras de agradecimiento empalagosas, recargadas.

El Torres español le pregunta si está seguro del parentesco. La verdad es que muy seguro no está; hay una ciudad en común y una especie de nostalgia heredada que le ponen ganas a la familiaridad. Pero muy parientes no parecen. Yusuf Torres evoca una grandeza perdida, ya que ahora son pobres. Y habla de España como si la conociera, aunque en realidad nunca pisó esa tierra de la que sus antepasados fueron dueños.

A medida que Yusuf cuenta su versión del árbol genealógico, a José Torres empiezan a sonarle algunos gestos, algunas facciones. Hasta que el español descubre que Yusuf se parece bastante a un cuadro que había colgado en su casa familiar, al retrato de un bisabuelo.

Al rato van apareciendo más miembros de la supuesta familia de los Torres marroquíes. Y una de ellas, una mujer redonda y alegra, tiene un parecido atroz con el tío Manolo. El descubrimiento le da náuseas al español, porque el tío Manuel ahora anda exiliado en las Américas. Ya saben, la guerra civil, los que ganaron y los que perdieron.

Ahí empiezan a aparecer más historias de familiares, el tío Jesús, el pobre primo Gabriel torturado y asesinado en una cárcel franquista. Ahí es donde descubrimos que José Torres… pertenece al bando de los ganadores.

Al rato aparece la comida. La mujer trae una bandeja con un cordero. Y en el centro de la bandeja, la cabeza del animal partida al medio. Pero José no tiene hambre. Es temprano, la mesa donde lo sientan es bajita y está incómodo. Además, dice Ayala, “el cordero estaba ya frío, se había solidificado la grasa en espesos pegotes sobre la fuente”… Y sobre todo la cabeza, ahí en el centro de la fuente, con el huevo del ojo vaciado y la risa de los descarnados dientes”…

Por cortesía José come, poco, un par de bocados que mastica lentamente para hacerlos durar y que los moros no se den cuenta. Mientras tanto, los Torres marroquíes comen con un placer que no admitía disimulo. La conversación que tienen es bastante banal. Los marroquíes insisten en el parentesco y le hacen preguntas torpes sobre la familia. Y confunden a los parientes vivos con los parientes muertos. A estas alturas, José ya está cansado, de fingir que le gusta el cordero, de la animación de los moros, de sus preguntas, cansado del ruido… Era demasiado frenesí para este hombre acostumbrado a los silencios y a los rincones. No al bullicio y a los centros de mesa.

A la noche, en su hotel, le viene el insomnio a José Torres. Da vueltas en la cama, el paladar le devuelve un sabor rancio. Piensa que es el cordero. Y más que el cordero: es la cabeza del cordero. Y eso que apenas había comido, y que la cabeza volvió a la cocina sin que la tocara nadie. Y sin embargo, dice, Ayala, “no dejaba de sentir su asquerosa y pesada masa oprimiéndome desde abajo la boca del estómago”.

Pero a Torres no lo desvelan los jugos gástricos. Son los muertos, que reaparecen y también hacen ruido. Por suerte está la cabeza del cordero para echarle la culpa de tanto griterío. Por eso el empacho, que en realidad es imaginario, si apenas comió… Es como si tuviera un embarazo psicológico… Entonces viene el insomnio, que no deja títere con cabeza. Y a Torres le gritan por los cuatros costados. En la noche silenciosa de Fez.

El cordero es el sacrificio que José Torres, en el nombre de todos nosotros, hace a la verdad, a la dignidad de los muertos que se quedaron con cosas que decir. Como Torres, todos apostamos por la redención, por empezar de nuevo, por el “sí se puede”, como si la cabeza del cordero pudiera desaparecer del centro de nuestra mesa en un pispás. En el equipaje con que Torres se vuelve a España va la cabeza, la cabeza de cada cordero que supimos conseguir, llena de muertos con los nombres cambiados, llena de esos silencios que no nos gusta mucho escuchar.


Alejandro Feijóo

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82 La pelea - El golpe del conejo

El horizonte está rayado de cabecitas grises. Bultos oscuros que se agitan de un lado a otro. Una sinfonía: gritos de gente; vendedores ambulantes; muchedumbre masticando las palabras, partiéndolas en trizas; la voz del Maestro que me llega en un susurro. Las luces no son tantas como parecen. Tengo los ojos pesados, sobre todo el izquierdo: ahí donde el negro metió el puñetazo cortante, en el arco superciliar. Toda esa sangre acogotada en el párpado. El Maestro no quiere cortar la piel. El Maestro aprieta, sin compasión, un metal helado sobre el grumo violeta que es mi ojo izquierdo. El Maestro no quiere que siga. Si tira la toalla me mato. El chillido agudo viene del fondo de la casa de al lado donde Beltrán está preparando su faena. Es un chillido agudo y desesperado. Ni tapándome los oídos puedo dejar de escucharlo. La cabeza debajo de la almohada y el cerdo que chilla y chilla. Mi abuela regando los malvones. Las várices hinchadas, los talones blancos de durezas. Fue para la época en que dejé de abrazarla. Beltrán pialó al chancho con destreza y sus trescientos kilos cayeron de costado, lo arrastró hasta el playoncito de cemento alisado y con esfuerzo embocó la cabeza del animal en una enorme palangana de metal. El cerdo lucha y chilla, pero el cuchillo de Beltrán horada la piel. El grito es agudo y furioso, feroz, desgarrado. La hoja de metal atraviesa la arteria del cuello y la sangre espesa empieza a fluir a chorros chocolatosos dentro de la palangana. Ahí va la sangre con la que va a preparar las morcillas para el asado. Ahí se va la vida del cerdo en ese grito que atraviesa el aire. El grito entra en la habitación pequeña donde estoy con la cabeza enterrada en la bolsa de plumas. En este momento, mi miedo es comparable al del animal que pelea por no morirse. ¿Qué saben los animales de la muerte? Me pregunto si este negro que brilla de sudor en el rincón no es Beltrán y yo su cerdo. Si no me está desangrando para que nada quede de mis fuerzas. ¿No hizo eso toda la puta noche? No puedo ni gritar. Tengo la lengua que parece un trapo viejo. Seguro que cuando suene la campana yo voy a estar en los últimos estertores, esperando ser faenado, cortado en trozos, embutido. El Maestro me da valor, aprieta el metal. Duele como la puta madre. Me dice que ya no tiene sentido, que deje correr los minutos, que no tengo que probarle nada a nadie. Pero no es cierto. ‘Cabeza dura nato’, debe estar diciendo mi abuelo en el paraíso, sentado junto a ese Dios que me ha abandonado desde el primer momento en que tuve uso de razón. El Maestro no sabe que tirar la toalla puede ser el instrumento de la muerte de mi orgullo. No puedo dar el brazo a torcer aunque tiene razón y hace tiempo que nada tiene sentido. Ni siquiera esta es mi última chance. Mi última chance ya pasó hace rato. Pero no soporto la idea de escuchar… Hijos de puta. Ahí va el paquete ése. Mirá cómo le dejaron la cara al infeliz. Sí, pero por lo menos embolsó algo de plata… No puede seguir mangando a su vieja. Está enferma, muy enferma, la pobrecita… Si lo llego a agarrar al negro lo mato, le arranco la cabeza de un sopapo y que ruede. Ya quisiera ser un gladiador y luchar hasta morir. ¿No se trata de algo de eso esta vida que uno elige de entre las opciones que puede ver? Estoy muerto. Muerto en vida. No doy más. Mis brazos no dan más. Que no suene la campana. Que salga el sol y me despierte de este mal sueño. Quisiera poder abrir los dos ojos y saber que es una mañana de primavera de esas en que el sol nos hace creer que la vida es bella y es posible. Sol ladino, nos engaña con el calor. Nos miente. ¡Que no suene la campana! Estoy tan cansado. El Maestro me dice algo que no se qué es. Sus palabras son un montón de nada. Seguro que quiere que me cuide. Que me tire a dormir una siesta larga en medio del ring. Pero no puedo. Discúlpeme Maestro, sólo le digo que sí para que no se sienta culpable. Ojalá pueda olvidarme pronto. ¿Olvidarme yo? ¿De qué? No... Que usted pueda olvidarme pronto, que me borre de su cabeza para siempre, que tenga que hacer fuerza para acordarse de mi cara cuando escuche mi nombre. Ahí va el pelado a dar el campanazo. Me cago en él y en toda su descendencia. Malparidos los pelados que sacuden las campanas. Millones de campanas. Llaman al diablo, llaman al infierno en el que todos seremos castigados por nuestros pecados. A mí que me anoten con la soberbia. Yo también perdí el camino. Me descarrilé, soy la oveja negra… ¿Qué más podía hacer? Odiarlos. Odiarlos hasta el infinito. Vomitarles su éxito en la cara. Mancharlos para siempre con la bilis de mi dolor. Es amarga. Amarga a más no poder. ¡Que no suene la campana, por el amor de Dios! Maestro, no tire la toalla... Que me mate si quiere este negro roñoso, si quiere. No le tengo bronca. Hace lo que puede. Para eso le pagan. Para esto me pagan. Soy un mono de circo; un oso domado y sin razón de existir, metido en una jaula invisible; apedreado por el amor a la naturaleza. ¡Que se mueran todos! Ya nada me importa. Si viniera el Diablo y me pidiera el alma, se la daría a cambio de tener otra vida. No hay caso. Ya es demasiado tarde. Suena la campana. No puedo volver el tiempo atrás.

J. Martínez
Texto no emitido

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82 La pelea - Tardes de box

Esta noche de verano quiero contarle cómo tres inolvidables combates de boxeo se entramaron con mi infancia. En tardes calurosas como la de hoy, en mi San Fernando natal, nos dábamos mamporros a lo loco con mi primo Sergio. Nos habían regalado unos guantes de boxeo para niños, regalo impensable en esta realidad más áspera y bienpensante, y emulábamos un ring en el hall cuadrado de la casa de nuestros tíos abuelos en la calle Sarmiento. Nuestras peleas nunca terminaban bien. Al final del intercambio, el paisaje era desolador para nuestros mayores: uno mordido, el otro arañado, los guantes por el piso. Recuerdo que me gustaba sentir el olor acre del interior de los guantes. Era un olor a macho, un olor a pelea. Eramos perros, gallos de riña. Con el paso de los años, los guantes comenzaron a quedar pequeños para mis manos. Los dedos ateridos, contra el interior de tela áspera, los hilos hechos jirones, colgando del cuero negro, mordidos, renegridos. Mis manos grandes, mis manos crecidas.
Corrían los años entre los finales de la década del ’60 el comienzo de la del ’70, una época de oro del boxeo argentino, que comenzó en el año 1968, cuando Nicolino Locche, “El intocable”, llevó su cintura mágica a Japón, después de haber llenado el mítico Luna Park. Del otro lado del mundo, el 12 de diciembre, venció a Paul Fuji conquistando la corona welter junior. Ese era el comienzo de nuestras encarnizadas peleas de niños.
Dos años más tarde sucedería un fenómeno boxístico que daría rienda suelta a más golpes, más identificaciones, más rasguños y mordidas. El 7 de noviembre de 1970, Carlos Monzón sube al ring del Palazzo Dello Sport, en la ciudad de Roma. Escuchemos el recuerdo de Amílcar Brusa, su mentor, respecto de ese día. (Brusa sobre Monzon vs Benvenutti) En el rincón de enfrente, se encuentra Nino Benvenutti, el mejor boxeador de toda la historia de ese deporte en Italia. Nada hacía prever el desenlace que ese flaco orejudo, a quien Lombroso no hubiera dudado en caratular como sospechoso de psicosis, iba a forjar a fuerza de una derecha potente como una maza, explosiva como la mismísima nitroglicerina. Este es el relato de aquél tremendo KO. (Audio del KO Monzon). Pasarían cuatro años y el gran campeón de la categoría medianos, llegaría a la pantalla grande de la mano de Daniel Tinayre para protagonizar La Mary junto a Susana Giménez, con quien estableció una relación sentimental que no estaría exenta de denuncias de violencia doméstica y golpes. Un anticipo de su violento final. Entre los años 1974 y 1983, protagonizó 6 películas, entre las cuales se destaca Soñar, soñar de Leonardo Favio, quizás el director que logró lo que ningún otro: domar a la bestia y transformarlo en actor. Los datos de la historia nos dicen que una mañana de febrero de 1988, su segunda esposa Alicia Muñíz, apareció muerta en el jardín de la casa que compartían en Mar del Plata. Condenado por homicidio simple en un juicio polémico y mediático, fue recluido en la cárcel de Batán. En los finales de su condena y con permiso de salidas restringidas para trabajar, muere en un accidente de tránsito el 8 de enero de 1995, cuando regresaba mansamente a su encierro. Le faltaban pocos meses para recuperar la libertad. Una curiosidad: uno de los personajes que lo visitó asiduamente en la cárcel, no fue ni más ni menos que Nino Benvenutti, quien con su caída en el décimosegundo round, dio pie al apodo que Monzón llevaría como medalla y espada de Damocles: “El toro salvaje de las pampas”.
Apenas un mes después del match Monzón-Benvenutti, otra pelea fundamental en mi identificación con los boxeadores argentinos tuvo lugar en el Madison Square Garden. Hasta allí llegó Oscar “Ringo” Bonavena para enfrentarse con el más grande de todos los tiempos: Muhamed Alí. Y si bien la historia no tuvo el final coronado de la anterior, fue Ringo uno de los pocos que hizo zozobrar la integridad física de Alí, haciéndole sentir el rigor de la lona del cuadrilátero, lo cual no es consuelo, pero tampoco es poca cosa. Así lo vivió el relator desde el ringside. (audio KO Alí) Nacido en una familia de clase media del barrio de Parque Patricios, Bonavena supo tener una ironía campechana y filosa, sostenida en la mole de su cuerpo. Una traza de su humor se traduce en una célebre frase: "La experiencia es un peine que te lo dan cuando te quedas pelado". La pelea con Alí está grabada en la memoria de quienes tuvimos la oportunidad de verla, pero es quizás la conferencia de prensa previa al encuentro, uno de los registros que mejor lo muestran: sentado a la izquierda de Alí, lo llamó gallina, seguido de una insistente onomatopeya de un piar finito; se dio el lujo de pedirle que se relaje al más grande entre los grandes, lo llamó baby y, para finalizar insistió en preguntarle si él era Cassius Clay, nombre que Alí abandonó para darle paso a su nombre elegido, el nombre con el que pasó a la gloria después de convertirse al islam. El que escucharán a continuación es un breve fragmento de aquella conferencia de prensa. (Conferencia de prensa) Pero no termina ahí la cosa: como si se burlase de él y siguiera insistiendo con la burla a Alí, se dio el lujo de grabar un disco. ¿Cómo se llamó el hit? Pío pío pá... (Pio pio pa) Cuando le preguntaron por qué teniendo una voz tan finita que desentonaba con su corpachón de peso pesado, dijo: “...grabé un disco no tengo nada de voz, pero me gusta cantar. Por eso voy a correr el Gran Premio si se hace porque hago lo que siento. Yo no tengo amantes; pero porque no lo siento. Lo que siento lo hago y lo que no, no. Ahora quisiera hacer algo nuevo. Siento que podría hacer muchas cosas”. Su final trágico, se lo llevó por delante cuando Ross Brymer, uno de los matones de Joe Conforte, lo asesinó de un tiro en la puerta del burdel Mustang Ranch, en la ciudad de Nevada, por la sospecha de un affair entre Ringo y la esposa de Conforte Sally. Justo él, que no tenía amantes...


J. Martínez

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82 La pelea - Cuando éramos reyes

Cualquiera que mínimamente sea o haya sido aficionado al boxeo, sabe que el nombre de Don King representa palabras mayores. A él se le deben cientos de combates, y docenas de campeones. Pero si hay un día por el que será recordado, ese es el de la pelea del siglo.

Don King armó el combate entre el entonces campeón de los pesos pesados, George Foreman, y el ex campeón del mundo, Muhamad Alí. Corría el año 1974 y el extravagante promotor les prometió cinco millones de dólares para cada uno por enfrentarse. Cuando les hizo firmar los contratos la plata todavía no estaba. Entonces don king, hombre inescrupuloso donde los haya, recurrió el patrocinio, digamos, de Mobutu Sesé, entonces presidente de Zaire.

Mobutu no era precisamente un amigo de los derechos humanos, y encontró en la organización del combate el aire propagandístico que necesitaba. Y al mismo tiempo, Don King se apuntaba un tanto importante al llevar a África la pelea más importante que se podía disputar en ese momento.

Ni Mobutu ni Don King repararon en gastos. La organización fue a todo trapo, y para la presentación del combate llevaron hasta Zaire a artistas como James Brown, The Spinners o BB King.

La pelea tendría que haberse celebrado originalmente el 25 de septiembre, pero un esparring le cortó a Foreman una ceja en un entrenamiento, así que el encuentro se postergó 5 semanas. Mobutu prohibió a todo el mundo salir de Zaire y obligó a Don King a tratar con los dos boxeadores para que no se marchasen y permaneciesen en el país.

Esas cinco semanas fueron casi más importantes que la pelea en sí.
Muhamad Alí aprovechó ese tiempo para convertirse en el rey de África. Todos los analistas y buena parte del público no daban dos pesos por Alí. Foreman era el campeón, y el artista anteriormente conocido como Cassius Clay era poco menos que un bocón, desertor del ejército y convertido al Islam…

Como saben, los dos boxeadores eran negros. Pero Alí representaba a África, a la negritud, y Foreman, a los yanquis. Cuando Foreman llegó a Kinshasa, la capital de Zaire, bajó del avión con su famoso perro, un pastor alemán que se parecía demasiado a los que los belgas habían utilizado para reprimir, un detalle que a la hinchada local no le pasó por alto. Foreman ya había empezado a perder la pelea y todavía faltaba más de un mes.

En ese ínterin, se hizo famoso un grito de guerra, que le cantaban a Alí allá donde se presentara:

Alí acaba con él, Alí acaba con él…

Ciento veinte mil personas presenciaron el combate en directo. Y millones más, por televisión.

En el primer round Foreman salió hecho una tromba, dispuesto a comerse a Alí. El segundo asalto fue un calco del primero. Foreman ocupaba el centro del ring, y Alí bailaba a su alrededor, dispuesto a desgastar al campeón, que no alcanzaba a conectar sus mejores golpes.

Al final del segundo round, Alí ya sabía que o volteaba a su oponente o perdía el combate por puntos.

En el cuarto, Alí, que hasta entonces había cedido por completo el centro del round a Foreman, comienza a conectar algunos de sus golpes. Y el campeón comienza a sentirlos. Foreman lanza tres o cuatro latigazos que Alí esquiva con picardía, y encima le saca la lengua y le hace gestos al público.

El quinto y el sexto son dos rounds tontos. Los púgiles parecen haber acordado tácitamente una especie de tregua. Alí ya no se le acerca al oído para gozar, ahora le grita desde un metro y medio, desde la distancia de un brazo.

A partir del séptimo, Alí toma claramente la iniciativa. Foreman sigue pegando y pegando a mansalva, pero sin la precisión ni la potencia del principio. Es más, por cada treinta golpes inofensivos de Foreman, Alí dispara uno o dos de los que hacen daño.

El octavo asalto no llega a su ecuador.

Alí conecta un gancho de derecha que voltea al campeón. Foreman cae como una bolsa de papas, y justo antes de llegar a la lona, Alí tiene la oportunidad de lanzarle un último derechazo. Pero prefiere verlo caer. La imagen da la vuelta al mundo. La clase había concluido.

Viendo la pelea a día de hoy, se puede apreciar con claridad cómo Alí tenía los quince rounds en la cabeza, mientras que la táctica de Foreman consistía en voltear al aspirante.

El director Leon Gast armó un documental admirable, que se llama Cuando éramos reyes, y que ganó el Oscar en el 97 al mejor documental. La película es algo más que la pelea, e incluye testimonios como los de Spike Lee, Norman Mailer o el propio Don King.

Y así fue como pasó. Y el elefante aplastó al león. Sin embargo, hay una escena preciosa en el documental. Una vez finalizado el combate, el ring comienza a llenarse de gente, de policías y de periodistas. Todos buscan al nuevo campeón. En medio de ese mare mágnum, y durante unos segundos, podemos ver a Alí sentado en el suelo del ring, en medio de esa marea de piernas, concediéndose un segundo de intimidad.

Con esa pelea, Alí recupera el título de campeón del mundo de los pesos pesados. Una corona que perdería años después ante Leon Spinks, un boxeador que venía de disputar los Juegos Olímpicos y que apenas llevaba 8 combates como profesional.

Spinks era un tipo muy curioso, era desgarbado, le faltaban dos dientes y tenía pinta de todo menos de boxeadores… Además, Leon Spinks fue una persona muy importante en mi vida. Eso pasó en una época que les contaré… otro día. Cuando nos lo pida el bolillero. Ahora, vayan por la sombra y no se peleen.

Alejandro Feijóo

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06 El perro - Black dog

Estoy seguro de que a muchos de ustedes les han hecho alguna vez esos tests psicológicos versión casera; más propios de un cumpleaños aburrido que de una sesión de diván. Ya saben. Esos en los que te pide: decí un animal, decí una herramienta, decí un color. Y uno siempre termina diciendo: vaca, martillo, perro.

En realidad, más que test son casi un truco de adivinación en modo usuario. Así que yo me voy a aprovechar que es de noche, que seguro que hace mucho calor y que yo estoy muy lejos para abusar de la ingenuidad de los oyentes. Sobre todo de los más rockeros del dial, fieles como pocos. Venga, hagan ustedes la prueba. Piensen en un perro, piensen en un perro, piensen en un perro, piensen en un perro… ¡Y ahora! ¡Rápido! Díganme el título de un rock and roll sobre perros…

¡Efectivamente!

¿Han ustedes adivinado!… ¿Vieron que no era tan difícil?

Los más viejos del lugar, y no pocos jóvenes, podrían reconocer estas notas a kilómetros de distancia, sumergidos en el fondo del mar o tirándose en paracaídas… Canción mítica donde las haya, Black Dog, Perro negro para los muchachos, apareció publicado el 8 de noviembre de 1971, en un disco en cuya tapa no había nombres ni letras… Solo el dibujo de un viejo encorvado que hacía las veces de representación futura de Jimmy Page.

Así fue como Led Zeppelin decidió dar respuesta a la fama. En 1971, la banda llevaba tres años cortitos de existencia, los suficientes para haber dado vuelta como una media este circo del rock and roll. En medio del ataque de popularidad, y tras haber sacado tres discos que no pueden faltar en la cartera de la dama ni en el bolsillo del caballero, Led Zeppelin decidió apostar por el oscurantismo. Bendito Lucifer.

El disco abre precisamente con Perro Negro. Cuenta la leyenda que el tema está dedicado a un perro de color que merodeaba por los alrededores de la granja donde los cuatro melenudos se habían enclaustrado para darle un marco bucólico a uno de los procesos creativos más intensos de la historia del rock.

La letra no nos cuenta nada de perros negros. Habla de chicas, de moverse y sacudir; it’s only rock and roll.

Si hay que ser justos con la historia, debemos decir que el propio Robert Plant reconoció que para componer los arreglos vocales se había inspirado en una canción de Fleetwood Mac, Oh Well… Juzguen ustedes.

Eso en mi barrio se dice afano… En fin. La aparición de Led Zeppelin IV dio alas a los resentidos de siempre. Eran muchos los que por esa época acusaban a Jimmy Page de que lo único que sabía tocar eran riffs. Y parece que Page, en una entrevista, les contestó: “OK, lo único que hago son riffs, pero hagan ustedes un riff como el de perro negro”.

Después pasó el tiempo, Bonham se murió ahogado en su propio vómito, y el perro negro, valga la redundancia, se puso de luto. Las décadas transcurrieron entre rumores permanentes de reencuentro, pero salvo algún que otro bolo suelto, todos más bien mejorables, Zeppelin no se actualizó, a pesar de que su música pasó del Winco a los cassetes, y de los cassetes al discman, y del discman al disco duro sin perder un gramo de energía.

Por desgracia, Jimmy Page empezó a parecerse a Vicente La Rusa. Y todo indica que es un proceso irreversible. Me cuentan que el guitarrista trató de sacarse de desprenderse de esa sombra tocando en la clausura de los últimos juegos olímpicos. Me cuentan que se subió a un colectivo sin techo y que tocó una versión de Un montón de amor con una cantante que no era Robert Plant. Pero yo no lo vi.

Lo que sí me pregunté en muchas ocasiones es cuántas veces escuché yo esa canción. Haciendo un cálculo por lo bajo digo MIL, pero bien pueden quinientas o cinco mil, si contamos por separado las veces que la ponía una y otra vez repetida.

Bueno, para mí también pasó el tiempo… Ahora tengo un hijo que tiene Black Dog en su mp3. Y cada vez que lo escucha, entre cabeceo y cabeceo, me mira y me dice: Perrito, papá.

Con toda la ternura del mundo, y con esa inconsciencia que da la infancia, mi hijo le dice Perrito a Perro Negro. Sí mi amor, le digo yo, Perrito. Y él me dice: Has visto qué fuerte tocan… Sí, mi amor, Perrito.

Y ahora rápido, díganme un animal, un color, una banda de rock and roll… La primera que se les venga a la cabeza.


Alejandro Feijóo

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