domingo, 31 de enero de 2010

53 El barco - El barco ebrio

Cuando era pequeño recibí una postal. Era una postal distinta a todas las que había recibido hasta entonces. Era una de esas figuras llamadas holográficas con la pintura de un barco escorado en medio de un mar con grandes olas. Al moverla, de un lado a otro, el barco acompañaba el movimiento meciéndose de babor a estribor y viceversa. En la contracara, las letras desteñidas en mi afán de coleccionista de estampillas hablaba del poema El Barco Ebrio, de Arthur Rimbaud. Sí, era demasiado pequeño como para poder entender la referencia al poema del monumental poeta francés. Y más aún para saber de su atmósfera oscura y densa, donde el barco Rimbaud se ve sacudido por olas, describe hielos y paisajes, muertes y mercancías. El viaje del que habla Rimbaud, es un viaje sin retorno, un viaje de ida del que se sale no ileso, sino modificado, otro en sí, su otro. El casco del barco es el cuerpo y el mar bravío una adolescencia dura. Muchas veces, cuando volvía a mi colección de postales, pasaba varios minutos sacudiendo ese barco. Hasta que leí El Barco Ebrio, en una edición de Primitivo Gayo, año 1950, del cual les leo unos fragmentos elegidos al azar:

La tormenta bendijo mis auroras marinas;
Bailé sobre las olas como un corcho liviano,
Tantas noches eternas con su rodar de víctimas,
Sin avistar el ojo insulso de algún faro.
(...)
Desde entonces me baña el poema del mar
Con su infusión de estrellas y de astros fluorescentes,
Y asomado en el agua se ven flotar
Pensativos ahogados que hacia el fondo descienden.
(...)
Y manchado con lúnulas eléctricas corría,
Tabla loca escoltada por hipocampos mudos,
Cuando julio ardoroso con su golpe fustiga
Cielos ultramarinos en oscuros embudos.
(...)

Cuando Rimabud escribió estos versos tenía sólo 17 años. Fue uno de los poemas que le enviara a Paul Verlaine, quien quedó fascinado con la escritura del joven y lo invitó a viajar a París. En la respuesta a las cartas de Rimbaud, iban los pasajes. El viaje que emprendió entonces, iba a culminar en una tormentosa relación sentimental con el gran poeta simbolista. Divorcios, peleas, tiros, navajazos, cárcel, desprecio de los pares, hambre, pobreza, fueron algunos de los resultados de esa relación. Su último encuentro con Verlaine sería en 1875, tres años después de escribir el que sería su último libro, Prosas evangélicas.

En 1876, a la edad de 22 años, la vida de Arthur Rimbaud cambiaría para siempre y los barcos no fueron ajenos a ese cambio. Se enroló como soldado en el ejército holandés para poder viajar a la isla de Java; vivió en Chipre, Yemen y Etiopía; se enriqueció como traficante de armas; y en 1891 volvió a Francia por un cáncer en su rodilla que terminó en la amputación de su pierna. Murió en noviembre de ese año. Tenía 37 años.

J. Martínez

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