martes, 5 de enero de 2010

44 La cárcel-Pelis

El viejo tocadiscos Zenith Cobra fue el transporte que me permitió descubrir, como quien no quiere la cosa, un mundo cinematográfico donde el rock iba a ser la puerta de entrada, valga la contradicción ideológica que esto supone. En aquel entonces era frenéticamente fanático de una canción con la que aprendí a bailar el rock: La Plaga. Y así llegó, cumpleaños de por medio, el disco de Los Teen Tops, un grupo mexicano liderado por Enrique Guzmán, quienes desde 1958 en adelante, se encargaron de hacer versiones en español de grandes éxitos como Lucila, Tutti Fruti y La Larguirucha Sally, de Little Richards; Maybelline y Ven, Johnny, ven, de Chuck Berry; y otros como Zapatos de Gamuza azul, ¿Quién puso el bomp? y Popotitos de, en aquel entonces, perfectos desconocidos para mí. Entre ellos estaba el Rock de la Cárcel, de Elvis Presley. Era tal mi efervescencia con ese disco que, ni bien me enteré que daban la película protagonizada por el Rey del Rock en algún ciclo vespertino del fin de semana, me clavé frente a la tele para ver a la Pelvis de América sacudirse al ritmo de su voz. Seguramente no fue la primera escena carcelaria a la que mis ojos tuvieron acceso, pero trascendió a todas las que la precedieron, quedando el registro en blanco y negro de un montón de jóvenes preciosos, con jopo y remeras a rayas que, más que producir un efecto de rechazo a la vida entre rejas, provocaban ganas de estar allí dentro con el 47, el 23, el Gato y Manny, quienes armaron una tremenda festichola a la que yo estaba invitado como televidente.

Fue gracias a la misma BGH color crema que tuve otra experiencia fílmico-carcelaria que dejaría su marca: La leyenda del Indomable, con el también hermoso Paul Newman. Ahí no había fiesta, pero había otros tipos de bailes. Odiaba, hasta el extremo, cuando al rebelde Cool Hand Luke lo mandaban a la celda de castigo. Sin embargo, verlo devorarse 50 huevos en el lapso de una hora, llegando al último segundo al borde de la muerte, me producía un shock de adrenalina que hacía que mis fantasías me llevaran a ser un remixado rebelde, rockero y musical, meneando la cintura y jugando a devorar huevos duros en las tranquilas tardes de siesta en San Fernando.

Y fue en esa misma localidad del conurbano bonaerense, donde gracias a la impunidad que nos daba tener un tío que se ganaba los billetes trabajando de caramelero en el cine Hispano-Argentino, donde pude ver en la pantalla gigante unas cuantas pelis más donde estaban en juego las rejas. Reí con La inolvidable Robó, huyó y lo pescaron, de Woody Allen, de la cual quedaron en el filtro del recuerdo la huida en del camión de presos, unidos por unas pesadas cadenas, la escena donde entran todos juntos, caminando de costado al baño de una casita perdida en el medio de la nada americana y el almuerzo de una feta de salame que el bueno de Woody sacaba de su billetra. Me retorcí en la butaca con la tremenda Papillon, con Steve McQueen y Dustin Hoffman, la mariposa en el pecho como símbolo de libertad y los testículos en la boca del soplón. Sudé la gota gorda acompañando a Brad Davis al infierno de la cárcel turca, torturas incluidas, en Expreso de Medianoche.

Ya amparado en la legalidad de las edades permitidas, vi la magra adaptación del Partido de la Muerte que los rusos del Dinamo de Kiev le ganaron a los invasores nazis en 1942, a sabiendas de que les esperaba el peor de los destinos, y que Hollywood transformó en una épica enjuagada, con las actuaciones de los futbolistas Pelé, Ardiles, Reyna y el legendario Bobby Moore, quienes acompañaban a la bolsa de músculos llamada Silvestre Stallone.

De la mano de Héctor Babenco, compartí la intimidad de la celda con el prisionero político interpretado por Raúl Juliá y el titánico homosexual vestido con la piel de William Hurt, en la adaptación cinematográfica de El Beso de la Mujer Araña, de Manuel Puig.

En los años 90, llegarían un par de futuros clásicos: Sueños de libertad, de Fran Darabont, considerada por el público usuario del sitio IMBD.com como la mejor película de todos los tiempos; y Mientras estés conmigo, del señor Tim Robbins, protagonizada por su esposa Susan Sarandon y el efectivísimo Sean Penn.

Y si de películas de cárceles se trata, ninguna como la incomparable La Anguila, de Shohei Imamura, basada en la espléndida novela Bajo Palabra, del escritor japonés Akira Yoshimura. Y no es casual que esta sea la última de la lista. Y lo es, sobre todo, por razones extra-cinematográficas. Razones que hicieron que mi vida comenzara a ser otra a partir de esa noche en un cine de la avenida Corrientes. Pero esa es otra historia.

J. Martínez
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