miércoles, 13 de enero de 2010

67 La vibora - Encantador de serpientes

Gente que camina sobre brasas ardiendo. Gente que camina sobre vidrios rotos. Fakires en camas de clavos. Y el encantador de serpientes. El miedo se juega en los afilados colmillos de cobra. Seguramente ya vacíos de veneno, su mayor amenaza reside en la duda que provocan; su lengua siseando en el aire; elevándose bajo el influjo de la música. Entregada al destino rutinario del encanto. Alguna vez, el hombre flaco que la hace bailar tuvo que haberla dominado, domado, sumido a sus órdenes, reducido a esclava. Y, como si fuera justicia, la serpiente cae en su propia trampa: la del encantamiento. Es difícil no sucumbir al encanto mortífero de sus ojos esclavos (y aún esclavos), de sus ojos vencidos (y aún vencidos). Ojos cuya distancia con cualquier forma de la razón se traduce en frío polar en la espalda. Sin embargo, ahí fue a parar, a ser víctima de otro encantador, de otro depredador. Una suerte de contrato íntimo los une en el modo de conseguir su alimento. En el caso del encantador, por interpósita serpiente y dinero mediante. Una vez más, mente superior domina mente inferior. ¿Será dominación o será complicidad? Y, en todo caso, ¿qué tiene que suceder para que la dominación mute en complicidad? Vaya uno a saberlo. Quizás tenga que ver con el encantamiento, con el filo de la muerte asomando como pequeñas amenazas punzantes...

J. Martínez

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