jueves, 18 de marzo de 2010

El Pibe

Cuando era un niño escuchaba, con los codos apoyados en el borde de la máquina de coser, el relato de mi abuela de aquel día en que fue a ver El Pibe, que filmara, en 1921, Charles Chaplin, a quien en familia le decíamos Carlitos Chaplín. Años tardé en descubrir que había puesto en la pantalla una de las historias más tristes que pudiera dar su talento. La emblemática foto de Carlitos y su bigote mágico, sentado al lado de Jackie Coogan, ese pibe que llevaba una gorra clavada hasta el borde de los ojos, era el preámbulo de la inolvidable y conmovedora escena en la que la policía arranca de los brazos de Carlitos al pobre huérfano que uno quería ser, sólo para estar a su lado. Jackie Coogan, el afortunado, aquel que cambiaría lágrimas por risas cuando, en su adultez, se transformó en el inolvidable Tío Lucas de la serie Los Locos Addams. Pero para ese entonces, yo ya no quería ser Coogan, quería ser Chaplín.


J. Martínez

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